(1) MAUDIE, EL COLOR DE LA VIDA, de Aisling Walsh.

LA CASA PINTADA
Biografía edulcorada y sentimental de la pintora naïf canadiense Maud Downey (1903-1970), que padeció muy tempranamente una artritis reumatoide que deformó su cuerpo, lo que no le impidió trabajar como asistenta en la cabaña del huraño pescador Everett Lewis en Nueva Escocia. Ambos acabaron por enamorarse y pasar juntos su vida felizmente casados, alcanzando ella la fama con sus cuadros ingenuos y llenos de colorido, de los que el mismo Richard Nixon fue admirador y coleccionista.
De la irlandesa Aisling Walsh sólo conocíamos Los niños de San Judas (2003), sobre un represivo y corrupto reformatorio católico de Dublin en los años 30, y ahora nos llega este alabado film que a mí me ha parecido un melodrama contenido pero sustentado en una estética rebuscada y en un lirismo algo artificioso. El relato es cansino, sin elipsis que aligeren su rimo, recreando detalladamente situaciones y gestos demasiado repetitivos o insustanciales.
La película se basa fundamentalmente en la meticulosa composición que de sus personajes realizan Sally Hawkins y Ethan Hawke, figuras centrales de este biopic convencional que se sustenta en el ya tópico caso de seres humanos con facultades físicas o mentales disminuidas que logran llegar sin embargo a las más altas cotas de genialidad en sus respectivas especialidades —deporte, música, matemáticas, etc.—.
El film acaba mostrando unos planos, en blanco y negro, de los auténticos Maud y Everett, imágenes en las que impresiona la pobreza y decrepitud de la pareja, lo que contribuye especialmente a evidenciar la idealización efectuada por los responsables de esta biografía fílmica.
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