(1) LA MOMIA, de Alex Kurtzman.

UN MONSTRUO VIENE A VERNOS
A rebufo de la exitosa traslación de los superhéroes Marvel a la gran pantalla —en el mastodóntico universo cinematográfico homónimo—, Universal Studios anunció su intención de revivir los monstruos que tantas alegrías le dieron en su época clásica —la momia, el hombre lobo, Drácula, el monstruo de Frankenstein, el hombre invisible, el fantasma de la ópera, la criatura de la laguna negra, etc.— con la intención de ofrecer al público actual versiones renovadas de los mismos e integrarlos en un mismo plano de existencia llamado Dark Universe. Previo pago por taquilla, of course.
La momia es, en este sentido, la película fundacional de una franquicia destinada a devolver el prestigio de antaño a estas siniestras criaturas. Sin embargo, las unánimes críticas recibidas han sido tan negativas que el proyecto original puede ser aplazado sine die o directamente cancelado. Las primeras cifras publicadas hablan ya de un batacazo en la taquilla estadounidense sin paliativos, aunque parece ser que va mejor en otros países, incluido España. Y es que, efectivamente, el film no alcanza el nivel mínimo exigido a un reboot que aspira a revitalizar el género de terror en su vertiente más tradicional. Decepciona su excesivo simplismo argumental, irrita la escasa tridimensionalidad de sus personajes y entristece la supremacía del efectismo digital en detrimento de la solidez narrativa.
Una pista de por dónde iba esta lectura contemporánea de mitos y leyendas de antaño fue Drácula, la leyenda jamás contada (2014), film claramente influenciado por el (sub)género superheroico al convertir el malvado no-muerto en una especie de superhéroe medieval atormentado. En La momia el engendro sigue siendo maligno pero el protagonista, interpretado por un Tom Cruise que parece haber hecho un pacto anti-envejecimiento con el mismísimo Diablo, asume la función de contrapunto heroico al que sólo le falta volar y tener fuerza sobrehumana.
Alex Kurtzman, versado en la escritura de guiones para cine y TV, configura aquí una discreta aventura con dosis calculadas de terror, fantasía y humor que pretende presentar un mundo que combina la tecnología ultramoderna con la superstición y la magia propias del paganismo antediluviano. La idea puede resultar atractiva, pero su ejecución no puede calificarse de otra manera que de fallida, siendo esta producción un entretenimiento fugaz, tan liviano como prescindible, para los aficionados a este denostado género.
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