(3) GUARDIÁN Y VERDUGO, de Oliver Schmitz.

PENA DE MUERTE EN SUDÁFRICA
Adaptación de una novela del abogado penalista Chris Marnewick, Guardián y verdugo es un relato de ficción basado en hechos reales, rigurosamente documentado, concretamente sobre el funcionamiento de una cárcel de máxima seguridad en Pretoria y sobre la aplicación de la pena capital a los sentenciados a muerte. Estamos en 1987, en la República Sudafricana del appartheid, en un año en el que fueron ejecutados con total discreción 164 reos —la mayoría de raza negra— a manos de vigilantes obligados a guardar una absoluta reserva sobre sus cometidos habituales. Paradójicamente, la película tiene como personaje central a un joven blanco, guardián carcelario, que para librarse de participar como soldado en la guerra civil de Angola, acepta un trabajo que incluye llevar a la muerte a muchos prisioneros con los que tendrá que convivir estrechamente cada día.
Los traumas psicológicos causados por su tarea profesional provocan al protagonista un trastorno que le impulsa a matar con su pistola, tras un vulgar incidente de tráfico, a siete deportistas negros, precisamente el mismo número de personas que integran el reglamentario cupo de presos que son ahorcados al mismo tiempo. Parte importante, decisiva, del film es el juicio a que es sometido el vigilante, previsiblemente abocado a la pena de muerte, mostrando las actuaciones procesales de su abogado defensor, la fiscal, el juez y, sobre todo, las declaraciones del acusado.
Las diversos argumentos esgrimidos en el transcurso del juicio han tenido que ser adecuadamente dramatizados para sostener la intriga y la emoción imprescindibles en esta clase de películas, aunque en España casi todos los trámites se realizan previamente por escrito, en la instrucción del sumario, antes de la vista oral abierta al público. En esencia, el núcleo dramático del relato lo constituye la determinación del grado de responsabilidad criminal del protagonista, verdugo y víctima después, que al cometer su delito tenía las facultades mentales alteradas y, por tanto, condicionado por circunstancias atenuantes o eximentes que, en su caso, implicarían también indirectamente al propio Estado. La sentencia acaba condenándole a una larga reclusión y logra salvar la vida. En Sudáfrica, la pena de muerte fue abolida poco tiempo después.
Aunque la obra cinematográfica de obligada referencia en la debatida cuestión de la pena capital sea la magistral A sangre fría (Richard Brooks, 1967), adaptación del libro de Truman Capote que relata un caso real, en Guardián y verdugo es meritorio el documentado testimonio que constituye la reconstrucción del escenario y las circunstancias de los ahorcamientos efectuados precisamente al alba: la resistencia física de los reos, el cálculo de la longitud de las sogas, las capuchas para tapar las cabezas, el ruido de las trampillas al abrirse bajo los pies, el descontrol de los esfínteres, alguna larga agonía, el ocasional remate de los condenados, la retirada de los cuerpos, el discreto enterramiento de los ataúdes en el cementerio, etc.
El film deja ver el sadismo de algunos oficiales y funcionarios, muchos de ellos emocional y moralmente anestesiados por su adicción a la violencia y a los hábitos represivos. Película correctamente realizada, con colores oscuros y zonas de sombra que caracterizan una fotografía inspirada —según manifestación de los técnicos— en grabados y pinturas negras de Goya. Y en la banda sonora suenan a menudo canciones-protesta de la población negra a modo de crónica de unos tiempos especialmente crueles e inhumanos.
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