(2) Z, LA CIUDAD PERDIDA, de James Gray.

LA BÚSQUEDA DE EL DORADO
Deslumbrado por las embriagadoras leyendas de los conquistadores españoles sobre la existencia de ciudades bañadas en oro ocultas en las profundidades de la selva amazónica, el oficial del ejército británico Percival Fawcett (1867-1925) emprendió una serie de expediciones en su búsqueda, empeño al que dedicó parte de su vida y que —de hecho— acabaría costándole la vida.
A principios del siglo XX, enviado por la Royal Society, cartografió amplias zonas deshabitadas de la frontera entre Bolivia y Brasil, donde tuvo contacto con la rumorología de este tesoro escondido. Pronto abandonaría su labor como cartógrafo para dedicarse por entero al rastreo del mítico El Dorado. Nos encontramos, pues, ante uno de las últimos ejemplos “reales” y genuinos del explorador decimonónico —sin duda Indiana Jones se inspira en personajes como Fawcett—, cuyas documentadas andanzas por las todavía zonas inexplotadas del planeta estimularon el género literario y cinematográfico de aventuras clásico.
El último film de James Gray, Z, la ciudad perdida, recrea la odisea física y mental de este soñador y su conradiana obsesión, configurando un entretenido y hermoso relato épico de exploración pero también de autodescubrimiento en el que se ahonda en la compleja personalidad del protagonista, con tramas añadidas sobre su vida familiar y su tensa relación con los académicos de su época quienes lo tacharon de “iluminado” por sus controvertidas teorías sobre la existencia de civilizaciones avanzadas en medio de la vasta jungla suramericana. Un avanzado a su tiempo, además, pues abjuró de los discursos colonialistas propios de su época para defender el elevado nivel cultural de los habitantes del Amazonas, colocándolos al mismo nivel que un Occidente cegado por su supuesta superioridad tecnológica.
Destaca en la película los bellos paisajes selváticos, realzados gracias a la meritoria fotografía de Darius Khondji, y su elegante e hipnótica puesta en escena que ubica con verosimilitud a los personajes en su contexto histórico. La misma que, en un momento dado del metraje, transforma una crónica “realista”, de narración formalmente académica, en una emotiva y sobrecogedora fábula fantasmagórica llena de pinceladas oníricas, a la hora de narrar la misteriosa desaparición de Percival y su hijo Jack, sugiriendo que fueron presa de una tribu de caníbales.
La historia de un fracaso que, no obstante, acabaría confirmando parte de su veracidad tras descubrirse, años más tarde, las ruinas de una compleja red de infraestructuras —caminos, puentes, canales— en extensas zonas boscosas del Amazonas. Ironías de la vida, Percival Fawcett tenía razón.
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