(2) UN ITALIANO EN NORUEGA, de Gennaro Nunziante.

BIENVENIDOS AL NORTE
Resulta curioso que Un italiano en Noruega haya sido la película campeona de taquilla en toda la historia del cine italiano cuando en nuestro país desconocíamos tanto a su director Gennaro Nunziante (Bari, 1963) como al actor Checco Zalone, también guionistas ambos y procedentes de la TV. Se trata de una puesta al día de la gran comedia satírica italiana de los años 70, mucho más rigurosa y profunda que la actual, aquella que tenía como protagonistas a Alberto Sordi, Nino Manfredi o Ugo Tognazzi, que eran dirigidos por destacados realizadores como Dino Risi, Mario Monicelli o Luigi Comencini.
Aquí Checco es un funcionario que se aferra a su cargo para toda la vida cuando el gobierno debe recortar gastos y decide desprenderse de un sector del personal administrativo. Para seguir como funcionario público, el protagonista deberá aceptar trasladarse, como castigo disuasorio, a las más remotas partes del mundo, desde el helado Polo Norte a las cálidas selvas africanas. El realizador —cuya procedencia televisiva resulta evidente— busca antes la eficacia cómica que la profundidad testimonial a la hora deponer en solfa los vicios de su país y las características de unos ciudadanos, antihéroes, que son a la vez unos pícaros y unas víctimas del sistema.
Esta comedia satírica, que llegó a definirse como “cine social” hace 40 años, ha perdido la solidez y agudeza que tenía con los antiguos cineastas e intérpretes para construir un humor más ligero, directo y seguro echando mano de los diversos tópicos italianos —Romina y Al Bano, las mamás, el senador, la burocracia, etc.— para darles la vuelta burlándose de ellos. Así, el hijo solterón que aún vive con sus padres, el choque entre las costumbres de las distintas partes del planeta, el apego tan latino al trabajo fijo y seguro, la afición a una vida reposada y placentera, el contrate entre el clásico macho sureño y la mujer liberada, con prole de distintos padres…
Lo sorprendente, en este caso, es que el humor zafio y artificioso de muchas de las populares comedias italianas con “destape” se ha tornado un poco más elaborado y realista sin perder la comicidad ni llegar a ofender la inteligencia del espectador. El guión es fruto de la observación de la sociedad circundante —los tipos humanos y las situaciones— y no el resultado de un simple cálculo para aprovechar las debilidades de un público halagando sus frustraciones, enfados y “bajas pasiones”. La herencia televisiva se hace también aquí patente con un montaje que se encarga de evitar los tiempos muertos dando al relato un ritmo trepidante, con gags y chistes incesantes que llenan las cortas escenas con diálogos breves y tajantes que no se recrean en la chabacanería.
La película sirve para pasar un rato divertido —sin tener que avergonzarse después— y termina con una canción de Adriano Celentano a quien se rinde homenaje de esta manera.
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