(4) I AM NOT YOUR NEGRO, de Raoul Peck.

RADIOGRAFÍA DE LA SEGREGACIÓN USA
Esta producción francesa, con ayuda financiera de Estados Unidos, es seguramente el documental más riguroso y lúcido visto hasta la fecha sobre la segregación racial de los negros estadounidenses y de su larga lucha por conseguir la plenitud de derechos civiles y políticos, negados o parcialmente concedidos desde que Abraham Lincoln aboliera la esclavitud en 1865, tras la cruenta guerra de Secesión.
En la línea estilística y comprometida de los maestros en el género Joris Ivens y Chris Marker, el título I Am Not Your Negro incluye la denominación —insultante en inglés— de “negro” que más recientemente se ha sustituido por las más políticamente correctas de black people, coloured y afroamericans. Este film fue nominado para el Oscar al mejor documental —que no ganó— y recibió premios en los festivales de Toronto, Berlín y Hampton, además de ser distinguido por las Asociaciones de Críticos de Cine de Los Ángeles y de San Francisco.
I Am Not Your Negro está dirigido por Raoul Peck (Haití, 1953), un cineasta que fue ministro de Cultura en su país y que ha realizado películas a favor de la integración racial, en esta ocasión tomando como base de su discurso fílmico las obras completas del escritor y activista James Baldwin (1924-1987), que tuvo que exiliarse a París, unos textos radicales y de gran rigor analítico que son recitados por la magnífica voz del actor Samuel L. Jackson.
Un película hecha por afroamericanos pero dirigida a todos los seres humanos para explicar y rechazar la discriminación que todavía pervive en la sociedad estadounidense —desigualdades laborales y brotes de protestas violentas, represión armada con muertos, etc.— pese al espejismo de la presidencia de Obama, sustituido por el racista y reaccionario Donald Trump. Las mejoras alcanzadas en el último medio siglo han sido notables aunque insuficientes y la solución completa del problema va a ser larga y difícil porque es una cuestión de intereses pero también de educación, de cambio de mentalidad —justicia, tolerancia, respeto— una vez convencidos de que la fuerza bruta no sirve para resolver la cuestión.
La estructura narrativa y conceptual del documental es modélica: una gran riqueza y variedad de materiales de archivo —películas de ficción y reportajes, entrevistas en TV, fotografías, folletos publicitarios, carteles, etc.— adecuadamente presentados, una amplia gama de puntos de vista sometidos a análisis, dialécticamente enfrentados, y una admirable solidez intelectual al ofrecer datos y valoraciones. Como soporte argumental, la presencia de tres figuras emblemáticas —aunque con diferencias ideológicas— en la lucha por la igualdad entre blancos y negros, todos ellos asesinados por el fanatismo racista: Medgar Evers (en 1963), Malcolm X (en 1965) y Martin Luther King (en 1968).
Pero lo más original del film probablemente sea la reflexión sobre cómo suelen ver y cómo deberían ver a los negros los ciudadanos de raza blanca. Según el marxismo ortodoxo, los afroamericanos han sido tratados como la clase baja, trabajadora, explotada y pobre, sin que la abolición de la esclavitud se hubiera plasmado plenamente en la realidad social. También se examina la decisiva influencia de los medios de comunicación —cine, TV, literatura, publicidad— en la creación del imaginario colectivo, lleno de prejuicios, consagrando la supremacía blanca —imágenes de familias felices, con individuos ricos y guapos— frente a la pobreza, inferioridad y primitivismo de hombres y mujeres de color.
Un palo inesperado se llevan también los “liberales” —aquí aparecen los Kennedy, Marlon Brando, Josep L. Mankiewicz y Bob Dylan, entre otros— a los que James Baldwin tacha de idealistas bienintencionados que ofrecen solidaridad y fraternidad desde una posición de privilegio a modo de una caridad generosamente repartida. Finalmente, la tesis que la película sostiene: la meta, lo justo, es lograr una igualdad real —en todas las esferas— entre la gente de ambas razas con los mismos derechos y obligaciones, tanto en el ámbito público como en el privado.
Hay además una consideración psicoanalítica que viene a completar el panorama: el ciudadano blanco se ha movido impulsado no sólo por intereses económicos sino también por el miedo —irracional, inconsciente a veces— al hombre negro, presentado durante siglos como ladrón, violador, vago, incendiario… buscando su sumisión por las buenas o por las malas, ignorando durante años su existencia y su papel en la escena pública, salvo que se trate de actores bufonescos —teatro, cine y TV— o de estrellas de la música y los deportes. Una manipulación que, paradójicamente, empezó retratando con humor caricaturesco a negros paralizados por el terror a consecuencia de su ignorancia y cobardía. Mientras tanto, con menos descaro, el sistema sigue segregando, reprimiendo y discriminando. El Ku-Klux-Klan y los neo-nazis —ahora ya camuflados— tienen en la policía al brazo armado de la ley.
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