(3) STEFAN ZWEIG: ADIÓS A EUROPA, de Maria Schrader.

FUGITIVO DEL TERROR NAZI
La primera película que nos llega dirigida por la actriz y guionista Maria Schrader (Hannover, 1965) es un biopic sobre el famoso escritor austriaco de origen judío Stefan Zweig (1881-1942), biógrafo de figuras históricas, poeta, ensayista y novelista de quien se adaptaron al cine dos de sus relatos: Carta de una desconocida (Max Ophüls, 1948) y 24 horas de la vida de una mujer (Victor Saville, 1952).
En 1934 tuvo que exiliarse y, tras pasar por París y Londres, en 1936 marchó a América donde visitó Argentina y Nueva York, estableciéndose definitivamente en Brasil, seducido por la calidez de su clima y por su mestizaje racial. Congresos, homenajes y conferencias ocuparon su tiempo mientras escribía un libro sobre el país que le acogía —recibido fríamente tanto por los izquierdistas como por los nacionalistas de Getulio Vargas, un presidente de signo populista— y redactaba sus memorias, editadas póstumamente. Porque en febrero de 1942 hallaron su cadáver junto al de su segunda esposa, que habían decidido suicidarse tras dejar una carta en la que Stefan Zweig explicaba que, desperado y deprimido, su talante humanitario y pacifista no podía soportar la idea de una guerra tan destructiva y que sentía terror al pensar que el nacional-socialismo hitleriano podía llegar a dominar el mundo. No pudo saber entonces que ese año, en junio, la batalla naval de Midway en el Pacífico y la derrota alemana en el frente oriental de Stalingrado, en enero de1943, iban a cambiar el curso de los acontecimientos.
La película reproduce los seis últimos años de vida, en América, de Stefan Zweig —encarnado por Josef Hader en un sobrio e intenso trabajo interpretativo— y lo hace con una gran sencillez y precisión narrativas, lejos de toda concesión a lo sensiblero y sin caer en una exagerada exaltación de las virtudes del protagonista. El relato está enriquecido por numerosos episodios que muestran la compleja y atormentada personalidad del literato. Así, su disgusto ante la publicación de la lista de intelectuales perseguidos y exiliados, como él, al estimar que se buscaba antes montar un show culturalista que enaltecer la auténtica solidaridad; su negativa a condenar explícitamente al nazismo alegando su voluntad de no mezclar los méritos artísticos con las ideas políticas, pues son las obras las que deben hablar por sus autores; su creencia en que no se debía atacar a la nación alemana sino al totalitarismo de sus gobernantes, además de que con su prudente discreción quería proteger a familiares y amigos aún residentes en la Europa ocupada, aun sabiendo que muchos de ellos ya habían muerto.
También es significativa la escena en que se siente agobiado al recibir numerosas peticiones de ayuda para rescatar a personas que conoce y estima, facilitándoles visados y dinero para el viaje. Todo ello vivido con una angustia que la paz en el país de asilo, la simpatía de sus vecinos y la naturaleza exuberante del entorno no lograron amortiguar. La nostalgia al pensar en su tierra natal —Austria había sido anexionada a Alemania por el ejército del III Reich— se había convertido ya en un sentimiento insoportable. El dolor ante la muerte y destrucción provocadas por una guerra generalizada se hace patente cuando, en un modesto recibimiento oficial, una banda rural interpreta, muy desafinado, el vals vienés El bello Danubio Azul.
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