(2) EL BAR, DE ÁLEX DE LA IGLESIA.

LA TABERNA DEL TERROR
Ubicar un relato surrealista de supervivencia en un escenario tan anodino como un bar, un universo tan castizo y trivial en nuestro país, resulta una idea tan interesante como original. Viniendo además de Álex de la Iglesia, consagrado cineasta poseedor de un estilo y de unas fijaciones temáticas tan características, podríamos augurar encontrarnos ante una de sus magnas obras. Sin embargo, aun partiendo de arranque tan original el desarrollo de la historia transita por derroteros más convencionales cayendo incluso en la redundancia, perdiendo parte de su valía.
Y eso que hallamos en El bar el sello inconfundible del realizador bilbaíno: argumentos que oscilan entre el esperpento y lo siniestro, estrafalarios personajes enfrentados a situaciones límite, ritmo creciente y endiablado, disección de un microcosmos con no pocas pinceladas de crítica social, una factura técnica irreprochable, un reparto a la altura de las circunstancias… dando como resultado una sólida comedia negra, negrísima, con ramalazos de thriller paranoico.
Un grupo de personas absolutamente heterogéneo desayuna en un bar en el centro de Madrid. Uno de ellos recibe un disparo en la cabeza nada más salir del local. Nadie se atreve a socorrerle. Pronto se dan cuenta de que están atrapados, una situación límite que saca a relucir lo peor de cada uno. De la Iglesia configura aquí un delirante retrato humano alejado de todo heroísmo. Tras una fina capa de civilización, pronto sale el comportamiento más abyecto, el egoísmo más extremo, la insolidaridad más vergonzosa con tal de conservar la vida.
Una pena. La presentación es vigorosa, impactante, dinámica, atractiva a la vista. Luego se produce el duelo interpretativo entre grandes actores en el pequeño espacio de la barra de un bar. Sin duda, lo mejor. Finalmente hay una fuga por las alcantarillas que pierde casi todo el interés: una sucesión interminable de peleas, amenazas, persecuciones y búsquedas desesperadas de un antídoto bajo las calles de Madrid. ¿Era necesaria esta última parte? ¿Debía durar tanto?
Me quedo, no obstante, con aquello que me gusta de Álex de la Iglesia. Su cine es puro entretenimiento, sustentado en un fuerte impacto visual, un sentido del humor ácido y desmitificador y un ritmo creciente que acaba en aparatosa traca final.
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