(1) JOHN WICK: PACTO DE SANGRE, de Chad Stahelski.

LA VENGANZA DEL ASESINO
La revitalización del género de acción, en todas sus variedades y temáticas, de la mano de franquicias como Misión imposible, Jack Reacher, Los mercenarios o Fast & Furious se basa en una estilización de forma y fondo resultado del uso desvergonzado de tópicos y convencionalismos combinados con el endiosamiento del héroe al estilo superheroico y una concepción hiperbólica de la violencia, casi siempre gratuita, en aras del cine espectáculo.
John Wick: Pacto de sangre no escapa de esta fórmula de éxito, exagerando todavía más el ingrediente de la suspensión de la incredulidad, alcanzando cotas difícilmente superables en cuanto a tiroteos coreografiados, peleas acrobáticas y persecuciones inacabables. El reguero de muertes es de tal magnitud que más que una película parece uno de esos videojuegos de disparos First-Person Shooter, en los que el jugador observa el mundo desde la perspectiva del personaje protagonista.
El responsable de este liviano pasatiempo es Chad Stahelski, especialista de cine en sus inicios ahora reconvertido en realizador, que debutó tras las cámaras con John Wick (2014), film que inició la saga de este implacable asesino que no llegó a estrenarse en nuestro país. Ya sin el factor sorpresa ni necesidad apenas de un argumento mínimamente sólido, su secuela es una fastuosa pirotécnia de interminable acción a la mayor gloria de Keanu Reeves, actor que vive de rentas desde la trilogía de Matrix y que carece totalmente de registros expresivos, pero que ha labrado cierta fama asumiendo papeles de pétreo anti-héroe, ambiguo y laxo en sus métodos pero de buen corazón.
Se recomienda visionar John Wick: Pacto de sangre sin ánimo crítico y con la única motivación de pasar el rato. Si te cuestionas el cómo y el por qué de lo que pasa en pantalla descubrirás estar perdiendo el tiempo.
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