(3) INCIERTA GLORIA, de Agustí Villaronga.

FANTASMAS DE LA GUERRA CIVIL
Con Incierta gloria se completa una trilogía cinematográfica sobre la Guerra Civil española —no planificada de antemano— realizada por Agustí Villaronga, un mallorquín de 64 años afincado en Barcelona cultivador de un estilo fílmico trasgresor muy personal, después de habernos ofrecido El mar (2000) y Pan negro (2010). Pero tampoco aquí hay espectaculares acciones bélicas sino una trama dramática sustentada en personajes presentes en el frente de Aragón (año 1937), con habitantes del lugar, las tropas republicanas procedentes de Cataluña y el ejército sublevado avanzando hacia la zona.
El film es una adaptación de la extensa novela homónima —escrita en 1954— de Joan Sales, un comandante republicano que tuvo que exilarse tras la derrota hasta regresar en 1948 a Cataluña, aunque el relato fílmico está notablemente podado y condensado respecto al original literario, una operación de selección y de síntesis narrativa que ha condicionado el no muy riguroso tratamiento del paso del tiempo y, sobre todo, el estudio psicológico de los personajes, un tanto esquemáticos algunos pese al palpable intento de evitar el maniqueísmo de un enfrentamiento entre “buenos” y “malos” de una pieza. Pese a todo, el problema principal a resolver era cómo enfocar el tratamiento de una gran cantidad de seres humanos y de sucesos con la limitada duración del film, unos 116 minutos.
Mención especial merecen los intérpretes más veteranos —especialmente Terele Pávez, Juan Diego y Fernando Esteso— que participan en esta mirada negra y trágica, nada épica ni panfletaria, sobre la Guerra Civil española, con un tratamiento que el director ha declarado haber elegido para poder interesar a una mayoría de espectadores, a diferencia de muchas de sus anteriores obras, bastante herméticas y minoritarias, contando con un planteamiento industrial sustentador de su trabajo como “autor” y capaz de producir beneficios.
Otra de las cuestiones que la película plantea —más allá de su dimensión humanista— es cierta ambigüedad ideológica que busca una objetividad ajena a todo partidismo, lo que disgustará posiblemente a los acérrimos defensores del explícito compromiso ideológico de toda creación artística así como la necesidad de tomar partido —en el sentido gramsciano, pero sin caer en el tosco “realismo socialista”—, una polémica que ya tuvo lugar cuando David Trueba adaptó en 2002 la novela Soldados de Salamina de Javier Cercas.
Por las razones apuntadas me he sentido algo confuso ante este —sin duda— estimable film que procura retratar a un amplio muestrario de personas y de clases sociales —con especial atención a la “viuda” Carlana— así como la frágil situación de la España leal, con escasos recursos y con demasiado sufrimiento, aunque todo el discurso descanse en dos pilares básicos: la codicia de dinero y propiedades, susceptible de conducir a la traición y el crimen, y sobre todo el deseo sexual como pulsión capaz de alterar las conductas y desviarlas de un recto sentido de la decencia.
Incierta gloria es, antes que nada, un desolador drama rural —la política tiene una presencia poco determinante— que está construido desde la profunda decepción sufrida por una izquierda vencida y aniquilada, un laberinto de pasiones poblado de perdedores, de una generación sin futuro abocada a la muerte en combate, a la derrota, a la huida, al dolor y a la mera supervivencia. Esta lucidez que convierte el pesimismo en realismo nos viene formalmente expresada mediante una fotografía de tonos oscuros en la que se han eliminado casi por completo los colores.
Un relato gótico, repleto de miserias materiales y morales, desarrollado con un estilo que pretende conjugar el naturalismo con los fantasmas de una guerra y de un país que pudieron haber sido algo más que una monumental hecatombe y una tremenda desilusión.
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