(2) FENCES, de Denzel Washington.

AFROAMERICANOS EN LOS AÑOS 50
Durante bastantes años en Estados Unidos se produjo un cine hecho por realizadores e intérpretes negros —especialmente comedias con música y canciones—, de bajo presupuesto y para consumo exclusivo de un público afroamericano en salas expresamente destinadas a ellos. Fue a partir de los años 60 cuando algunos de esos actores y directores dieron el salto y pudieron integrarse en la gran industria de Hollywood. Denzel Washington logró convertirse en una estrella de la interpretación antes de dedicarse ocasionalmente a la dirección, especialidad en la que sólo conocíamos Antwone Fisher (2002), un mediocre film biográfico (biopic). Como actor, su trayectoria fue larga y ascendente culminando con Tiempos de gloria (1989), que le reportó el Oscar y un Globo de Oro.
En 2010, Denzel Washington, al frente de un grupo de intérpretes, representó en Broadway la obra Fences de August Wilson, que ahora ha sido llevada al cine con gran parte del elenco que la había montado en el escenario neoyorquino, reservándose el papel de protagonista y la labor de dirección, destacando especialmente Viola Davis, acreedora de un Oscar a la mejor actriz de reparto.
La pieza está ambientada en los años 50 y concede gran importancia al contexto socio-económico en el que surgen los conflictos de una familia negra de clase obrera —el protagonista es recogedor de basura—, con la segregación racial —la simbólica “valla” del título—, los trabajos más pesados o desagradables, las dificultades para educar a los hijos —su difícil promoción social pasa por el acceso a la Universidad, el deporte o la música— y la alta probabilidad de caer en la delincuencia y acabar en la cárcel.
Los personajes principales de la obra: un matrimonio, dos hijos de madres distintas, un amigo y un hermano mentalmente trastornado a consecuencia de las heridas sufridas en la guerra de 1941-1945. En el film aparece alguna escena de exteriores pero el espacio principal es una modesta casa familiar con jardín en cuyas diversas estancias tienen lugar la mayoría de encuentros y diálogos entre los personajes, que sirven tanto para evocar hechos del pasado como para expresar sus sentimientos actuales. Fences tiene mucho de historia costumbrista, desarrollada con un realismo cotidiano que muestra las dificultades para sobrevivir, la pobreza generalizada y los conflictos familiares de los negros de mitad del siglo XX. Su remoto antecedente podría ser la ópera Porgy and Bess (George Gershwin, 1935). Pero una buena adaptación del teatro al cine descansa en tres pilares básicos: un texto original de calidad —síntesis narrativa, rigor expresivo, poder descriptivo—, unos actores con talento —gestos precisos, una adecuada caracterización externa, una perfecta dicción del texto— y unos funcionales decorados —realistas o estilizados— capaces de crear la ambientación requerida y de mostrar el marco social y las característica psicológicas de los personajes. Y, como suele suceder, el recurso a determinados momentos de sublimación poética y los clímax dramáticos como puntos fuertes de un discurso teatral de signo humanista.
Lamentablemente, Denzel Washington es un cineasta con limitadas dotes para la dirección y el interés del texto y la correcta labor interpretativa no bastan para alcanzar la excelencia. Antes del rodaje se efectuaron numerosos ensayos grabados en vídeo: planos de larga duración, encuadres generales y medios, grúas con función descriptiva y lírica, etc. Pero la impresión que deja la película es la de un relato algo deslavazado y mejorable, pues la planificación es bastante académica y previsible, el ritmo algo cansino, la tensión dramática muy discontinua y los monólogos algo rutinarios. Aunque pese a sus limitaciones, vale la pena.
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