(2) CRUDO, de Julia Ducournau.

UN INSÓLITO CAMBIO DE DIETA
En un género tan manoseado como el de terror, codificado hasta el extremo, resulta muy complicado ser original. Y una forma inteligente de serlo es introduciendo en un contexto realista, casi documental, un elemento perturbador que rompa esquemas y se aleje de convencionalismos. La opera prima de Julia Ducournau aplica esta fórmula con talento al converger en un mismo relato una inquietante historia de canibalismo en el marco cotidiano de la vida universitaria.
Así, la joven Justine ingresa en la facultad de veterinaria siguiendo la tradición de su familia. Durante la primera semana intenta integrarse en el ambiente académico soportando todo tipo de inocentadas e intimando con sus compañeros de clase. Tras ser obligada a comer carne cruda, rompiendo con su estricta dieta vegana, empieza a desarrollar un apetito antropófago que deberá aprender a controlar.
Distinguida con el premio FIPRESCI en el festival de Cannes 2016 y aclamada en Sitges del mismo año obteniendo galardones en tres categorías —Premio Citizen Kane a la mejor dirección novel, Premio Jurado Carnet Jove a la Mejor Película y Méliès d’Argent – Premio Mejor Película Europea SOFC 49—, Crudo narra el descenso a los infiernos del vicio y la depravación de una chica que da rienda suelta a sus instintos más salvajes. Pero lo hace con un estilo sencillo, sin florituras, cercano a la crónica de costumbres, que lo aleja del típico film basado en sustos y frenéticas escenas de acción, resultando sorprendente y aterradora la naturalidad con que se aborda el tema del canibalismo. Esta no es, por tanto, una película de terror al uso, pues trata más bien del viaje iniciático de una joven que descubre su sanguinaria naturaleza, equiparando en un contundente sentido metafórico la inocencia e inexperiencia con el vegetarianismo y su despertar sexual con el hambre de carne humana.
Impactante y visceral, Crudo ha causado la polémica allá donde ha sido exhibida, provocando reacciones incómodas en una parte del público. Cierto es que la sangre y la violencia aparecen constantemente en la pantalla, pero lo que más desagrada es la espontaneidad y franqueza con que se muestran. Esa es una de las esencias del llamado cine posmoderno.
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