(1) LA BELLA Y LA BESTIA, de Bill Condon.

CALCOMANÍA DISNEYANA
El presente film se enmarca dentro de la lucrativa dinámica de traslación a imagen real del vasto repertorio de cuentos versionados por la factoría Disney, cuyos resultados han oscilado entre la ñoñería barroca de Cenicienta (2015) y la hipertrofia hiperrealista de El libro de la selva (2016), pasando antes por una insólita reivindicación del villano en Maléfica (2014), auténtico contrapunto fílmico de La bella durmiente (1959). La película de Bill Condon incide en la primera tendencia, configurando una exuberante —técnicamente hablando— pero endeble —en términos narrativos— reproducción de La bella y la bestia (1991), la famosa animación de Gary Trousdale y Kirk Wise.
En general y salvo citadas excepciones, lejos de aprovechar la coyuntura para “modernizar” los relatos populares según los gustos y sensibilidades del público actual, la Casa del Ratón se limita a fabricar sofisticados calcos usando los moldes de siempre. Así, la paradoja de esta nueva versión de la obra publicada en 1756 por Jeanne-Marie Leprince de Beaumont es que cuanto menos se aleja de la ortodoxia y manifiesta tener menor autonomía el resultado es mucho mejor. Aquellos elementos que implican renovación o novedad aportan artificiosidad y acaban restando cohesión al conjunto: la inclinación sexual de Lefou, pagafantas homosexual del antagonista Gastón; o los personajes negros de los vasallos de Bestia no son sino frías decisiones del departamento de marketing para integrar colectivos antes inexistentes en los amables cuentos infantiles europeos.
Aún así, lo más decepcionante, sin duda, es la domesticación de la Bestia, que envuelto en un refinado efectismo digital parece tan peligroso como un gatito. Prefiero, a pesar de sus limitaciones, la versión “adulta” de La Bella y la Bestia (2014) de Christophe Gans, cuyos tonos claroscuros demuestran que los cuentos de antaño, en su origen, no eran tan bobalicones como ahora.
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