(0) CINCUENTA SOMBRAS MÁS OSCURAS, de James Foley.

CÁNDIDA PERVERSIÓN PARA EL GRAN PÚBLICO
Las andanzas eróticas y sentimentales de la errátil pareja formada por la insípida Anastasia Steel y el metrosexual multimillonario Christian Grey prosiguen en esta arrítmica y superficial telenovela por entregas concebida por la escritora británica Erika Leonard Mitchell, más conocida por el seudónimo de E. L. James. Una segunda entrega que, por supuesto, insiste en sus “provocativas” dosis de sadomasoquismo light, sus ambientes elegantes y sofisticados propios de gente adinerada y su estética de videoclip —especialmente sus escenas más “tórridas“—, sin duda representación onírica de las fantasías sexuales de no pocas mujeres.
Dolido por su reciente ruptura, Grey intenta convencer a la reticente Steele de que vuelva a formar parte de su vida. Para ello está dispuesto a todo, incluso a dejar de ser él mismo. Cincuenta sombras más oscuras no es más que una simple continuación de los acontecimientos narrados en Cincuenta sombras de Grey (2015) pero con un significativo cambio: si en el título fundacional a los protagonistas les unía una mera relación contractual que les convertía, durante sus sesiones de sexo, en “amo” y “esclava”; ahora florecen los sentimientos, se institucionaliza su vínculo afectivo y se intercambian los papeles, siendo ella la que lleva la voz cantante y él el que asume un rol digamos más dependiente. Así se completa, finalmente, la fantasía de muchas sufridas novias o esposas: domesticar al asilvestrado macho. En un cambio radical de comportamiento, el guapo y atractivo ricachón expresa sus interioridades, es menos agresivo y más sutil en su interacción con su compañera, aunque no puede evitar mostrar un lado “oscuro”, causado por diversos traumas del pasado, que da pie a una actitud sobreprotectora hacia Anastasia que no es sino reflejo de su propia fragilidad. A ello se añade algunas tramas metidas con calzador en la que aparecen amenazantes una antigua esclava sexual de Grey, una amiga de su madre —una Kim Basinger totalmente desaprovechada— que lo introdujo en el mundo del sadomasoquismo y un jefe de Anastasia que se cree con derecho a abusar de ella.
El problema principal de Cincuenta sombras más oscuras es, sin embargo, la poca o nula trascendencia de lo que se narra, el escaso interés que despierta la deriva de su relación. El film promete más “oscuridad”, pero la narración transita por el melodrama más acartonado y acaramelado. Incluso sus dosis de humor recuerdan a la comedia romántica más previsible y convencional, cuya cúspide representa la escena de la pedida de mano en la piscina cubierta de la mansión familiar, bajo los flashes de unos aparatosos fuegos artificiales.
Por otra parte, sus “osados” numeritos sexuales ya no sorprenden a nadie, ablandada la parte sádica del personaje masculino. Unas cuantas correas, unas bragas quitadas discretamente en medio de un restaurante y unas bolas chinas son todo el arsenal erótico del otrora fetichista y dominador magnate. Ahora prefiere hablar de matrimonio y de amor eterno. Increíble transformación. Quizá ese sea el secreto del éxito de esta saga.
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