(4) TONI ERDMANN, de Maren Ade.

TIEMPOS MODERNOS
Este tercer largometraje de la prestigiosa guionista, directora y productora alemana Maren Ade (Karlsruhe, 1976), que cursó estudios en la Escuela Superior de Cine y TV de Munich, viene avalado por una docena de importantes premios y nominaciones internacionales. De esta cineasta sólo habíamos podido ver Entre nosotros (2009) y es justo calificarla de relevante “autora” en vista de la libertad creadora y de la complejidad del lenguaje que utiliza en sus obras. Toni Erdmann es auténtico cine moderno tanto por la originalidad de su discurso y por sus diversos niveles de lectura como por la reflexión que efectúa sobre los propios signos empleados y por la necesidad de un espectador que confiera pleno sentido a este relato “abierto”.
Con casi tres horas de duración, este excelente film es un lúcido retrato de la vida contemporánea en cuanto los sentimientos han dejado paso, en las relaciones humanas, al logro de dinero y de poder, lo único que se considera importante. Tiene apariencia de comedia pero su núcleo es totalmente dramático: hay mucha seriedad bajo las sonrisas, como expresa la magistral combinación de humor, ideas y emociones. Lo que se cuenta se presenta con cierto distanciamiento —empezando por el lugar de los hechos, Bucarest—, posiblemente para evitar un naturalismo fácilmente contaminado de moralina y sensiblería.
La relación entre el padre y la hija se nos cuenta como un choque dialéctico, dominado por la incomunicación, que finalmente se saldará con un abrazo y un cambio de rumbo. La dualidad viene materializada, principalmente, por la presencia del disfraz —dentadura postiza, maquillaje, piel del animal fantástico…— y las situaciones adquieren un tono que combina juego y trascendencia, sin que la evocación de Bertolt Brecht resulte descabellada: las apariencias determinan la personalidad en cuanto a su dimensión social —aunque sea impostada— como ya nos sugirió el dramaturgo en Galileo Galilei cuando el Papa va adquiriendo nuevos atributos y asume un nuevo papel autoritario mientras es revestido lenta y solemnemente con suntuosos ropajes.
El contraste entre la hija —una seria y fría ejecutiva alemana que trabaja en Rumanía— y el padre —un modesto profesor de música, bohemio y bromista, pobre pero libre, que se inventa el personaje de Toni Erdmann— es aprovechado por la realizadora para preguntarse qué es la felicidad hoy en día, qué sentido profundo tiene la vida y qué valor real tiene el éxito en la sociedad actual.
Y reflexiona sobre estas y otras cuestiones no sin poner en solfa al capitalismo neoliberal de la globalización, el que traslada empresas a otros países y despide a miles de trabajadores si ello le hace multiplicar los beneficios. También hay alusiones directas al machismo y al acoso sexual —con la mujer supuestamente emancipada— en las jerarquizadas relaciones laborales. Pero Maren Ade elude todo dogmatismo simplista: hechas las paces, padre e hija se separan porque ello es lo natural entre adultos. La inteligencia y la voluntad, la libertad y la independencia permite y exige que cada cual siga su camino.
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