(4) LA LA LAND – LA CIUDAD DE LAS ESTRELLAS, de Damien Chazelle.

RESURRECCIÓN DEL GÉNERO MUSICAL
Damien Chazelle nos sorprendió gratamente con la estimable Whiplash (2014), la historia de un joven y ambicioso baterista de jazz que aspira a triunfar en el elitista Conservatorio de Música de la Costa Este. El realizador ya se había graduado en Comunicación Audiovisual en la célebre Universidad de Harvard y siempre había sido un loco por la música, especialmente la de este ritmo estadounidense nacido en el siglo XIX. Su renombre le ha permitido instalarse en la industria del cine hollywoodiense y no ha tenido problemas para contar con dos estrellas como Ryan Gosling y Emma Stone en los papeles protagonistas de Sebastian y de Mia.
La la land – La ciudad de las estrellas es una inteligente y sensible recreación del género musical. Su argumento es lo de menos porque una vez asistimos al proceso de enamoramiento de una pareja con diferentes profesiones, pianista y actriz respectivamente, unos soñadores en la meca del show business movidos más por la vocación que por el dinero, buscando y alcanzando el éxito profesional tras un largo recorrido de aprendizaje y de fracasos aunque sin desembocar en el final feliz tradicional.
La película es también un homenaje, un rendido tributo, a la ciudad de Los Ángeles —explícita referencia a Rebelde sin causa (1955), de Nicholas Ray— con sus variados ambientes, animadas fiestas, artistas, estudios de cine, clubs de jazz, avenidas, bares, mansiones… Pero sobre todo el film es, insisto, una magnífica y emotiva recreación del musical, especialmente meritorio en una época de crisis como la actual, asumiendo las aportaciones estéticas y narrativas de los años 30, 40, 50 y 60, bastando como muestra sus similitudes con muchos momentos de Cantando bajo la lluvia (1952) y Melodías sobre Broadway (1953); sin olvidar la original mirada del francés Jacques Demy —inevitable no recordar Las señoritas de Rochefort (1968)— apoyado en la maravillosa banda sonora de Michael Legrand. La la land – La ciudad de las estrellas aborda además una valiosa modernización, una adaptación a los nuevos tiempos sin abandonar las claves de la etapa clásica del género, logrando de este modo un resultado de estilo intemporal.
La complejidad, la belleza y la maestría del film logran erigirse en muestra admirable del vitalismo, la alegría, los sentimientos amorosos, la felicidad, el paso del tiempo, el dominio del oficio, la añoranza… Mientras tanto, los espectadores permanecemos en la butaca fascinados ante el mundo que nos han creado y ante los habitantes que la pueblan. Lo esencial: la música, la danza y las canciones. Pero también los exteriores naturales, los decorados, la geometría y el ritmo de los cuerpos, la lírica de los sentimientos, la materialidad del espacio y la fluidez del tiempo, el glamour, la armonía de las grúas, los travellings y las panorámicas de la cámara, el imaginativo color, los largos planos-secuencia…
No faltan aquí por eso los momentos sublimes: la expresión del amor, los disciplinados y descriptivos bailes, el vestuario, los seductores ritmos de jazz o el embeleso de un romanticismo convertido en un universo mágico. Hay una síntesis apasionante entre realismo y estilización de las formas, entre los deseos íntimos de los personajes y su éxito profesional, entre los afectos y el trabajo, entre la fantasía y la existencia cotidiana. Lo clásico y lo moderno fundidos se convierten en arte pero también en vida gracias a la decisiva intervención, entre otros, de un excelente equipo de producción, a la brillante música de Justin Hurwitz, a las aparentemente sencillas coreografías de Mandy Moore y a unos decorados que nos recuerdan en los interiores que quienes los habitan son artistas con las paredes repletas de carteles de famosas películas y de cuadros de apreciados pintores.
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