(4) FRANTZ, de François Ozon.

REMORDIMIENTO
De la obra teatral El hombre que maté de Maurice Rostand dirigió Ernst Lubitsch una estupenda adaptación, una de sus escasas películas dramáticas, que entre nosotros de titulaba Remordimiento (1932). Se trataba de una producción Paramount, la protagonizaba Lionel Barrymore y la pudimos ver por TVE en sendos pases de 1988 y 1989. Fue un fracaso comercial.
Se estrena ahora una nueva versión a cargo del prolífico y polifacético François Ozon —la película nº 15 que nos llega de este cineasta francés—, que ha cambiado el punto de vista narrativo: antes era el soldado galo Adrien quien llevaba el peso del relato y ahora es el personaje de Anna, la novia del joven alemán fallecido en el campo de batalla, Frantz, la que sirve de vehículo para narrar los acontecimientos.
Rodado en tierras de la antigua RDA, mayoritariamente en lengua germana y en formato clásico de 35 mm. para dotar a las imágenes de un mayor realismo, Frantz es un excelente film que utiliza el blanco-negro para acercar esta producción al clima que nos han legado las fotos y el cine de los años de la I Guerra Mundial. Se ahorraba así también el coste extra necesario para la reproducción en color de los decorados y escenarios correspondientes a los años 1910-1920, reservando el cromatismo para expresar los contados momentos en que domina la nostalgia ante el recuerdo de los felices tiempos pasados.
La obra se inscribe en esa corriente pacifista y de confraternización —Sin novedad en el frente (1930), La gran ilusión (1937), etc.— que siguió a la hecatombe de la Gran Guerra, con millones de muertos, como una clara llamada a la reconciliación definitiva entre Alemania y Francia más allá de odios y revanchismos —pese a la pervivencia nacionalista expresada en los himnos de uno y otro bando aún después de la contienda—. Pero la subida de Hitler al poder en 1933 conllevó la manipulación interesada de las humillaciones y sufrimientos de los vencidos.
Gracias a Frantz Paula Beer (Anna) fue premiada como mejor actriz novel en el festival de Venecia 2016 aunque todos los intérpretes hacen espléndidos trabajos. Y el acierto narrativo y el tono comedido de la dirección de François Ozon, con una frialdad calculada para evitar excesos melodramáticos, han logrado un film de una gran hondura psicológica y de una probada honestidad social.
La película presenta dos bloques temporales: el pasado sugerido —la familia feliz, los novios enamorados— y el presente —la constante evocación de la muerte, el dolor y la posibilidad de cierta esperanza en el futuro—, materializando conceptos generalmente usados de forma abstracta como el amor, el sentimiento de culpa o el rencor. De la complejidad del film es buena muestra la acusación hecha a los padres de ser ellos los responsables de mandar a sus hijos al frente en momentos de exaltación patriótica sin pensar en sus trágicas consecuencias. Y tampoco debemos olvidar la función dramática del cuadro de Manet El suicidio, una oportunidad para trascender todos los sentimientos personales negativos aceptando el lado gozoso de la vida.
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