(2) TRAIN TO BUSAN, de Yeon Sang-ho.

ZOMBIES EN UN TREN
¿Qué más se puede decir, a estas alturas, sobre la temática zombie sin caer en la obviedad ni en la redundancia? Poco, salvo constatar su vigencia a tenor de la cantidad de libros, cómics, películas, series de TV y videojuegos que protagonizan. ¿Qué es lo que tienen los muertos vivientes que atraen tanto la atención? Retrato de nuestro lado más cruel y sanguinario, crítica anticomunista durante la Guerra Fría, fábula actual del capitalismo salvaje y paradigma del Homo homini lupus, su figura sigue fascinando a una legión de adeptos que no se cansan de esta siniestra moda que está infectando, cual plaga apocalíptica, toda creación humana.
Tras su título fundacional contemporáneo, La noche de los muertos vivientes (1968) de George A. Romero, asistimos a una eclosión de films que fueron corrompiendo el (sub)género a base de tópicos y convencionalismos que casi acaban con él, llegando a la caricatura con dignas parodias como Bienvenidos a Zombieland (2009) y Memorias de un zombi adolescente (2013). Sin embargo, en los últimos años han aparecido películas que han mostrado una perspectiva diferente que bien merecen la atención del cinéfilo: Retornados (2013) y Maggie (2015) supusieron un serio intento de humanizar al monstruo, de dotarle de tridimensionalidad.
No soy muy diestro en la materia pero reconozco la valía del último film de Yeon Sang-ho. La enésima epidemia zombie que arrasa la Humanidad representa la tipología más colérica del susodicho, ese dotado de agudos sentidos de la vista y del olfato y capaz de moverse con rapidez movido por su insaciable avidez de carne humana, que tan bien reflejó films como 28 semanas después (2007) y Guerra Mundial Z (2013), lejos del torpe y lento engendro del cine clásico.
Lo que hace destacable Train to Busan es su endiablado sentido del ritmo, siempre ascendente, y un inteligente uso del limitado espacio donde transcurre la acción: un tren que se dirige a la ciudad de Busan, destino seguro donde el ejército ha logrado controlar la plaga letal. El relato sigue las andanzas de un grupo de personas en medio del cataclismo, cada cual respondiendo a un estereotipo. No obstante, el realizador logra transmitirles humanidad a cada uno en sus breves momentos de lucimiento.
Es cierto que, de vez en cuando, alguna escena cae en el burdo melodrama, pero pronto es compensado con corrosivas dosis de sano y desmitificador humor negro, lo que le da ese encanto de simpático relato de terror moderno. Además, la mezcla de edulcorante y brutalidad alcanza un satisfactorio equilibrio.
En resumen, Train to Busan es un desenfadado entretenimiento que ahonda con ánimo incisivo en las esencias del famoso cadáver come-cerebros, especialmente recomendable para los amantes del citado (sub)género.
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