REPASO AL MEJOR CINE ESPAÑOL (I)

Otra vez me acojo a la hospitalidad de VANAVISION para brindar a los lectores de la web una nueva serie de artículos. Los reportajes anteriores se centraban en Hollywood; ahora, me propongo escribir sobre cine europeo a lo largo de medio siglo, entre los años 1940 y 1990. El enfoque es el siguiente: incluiré, por orden cronológico, las películas que estime necesarias para realizar un estudio lo más completo posible de cada nacionalidad, sin entrar a fondo en el análisis. El objetivo es interesar al lector en ellas para que bucee en la red en busca de más información y procure verlas. También recomendaré lecturas relacionadas con los títulos comentados.
Se mantiene la norma de incluir una sola película de cada director, lo que me obliga a veces a adoptar decisiones difíciles.
No voy a hacer críticas de los films, pero sospecho que, como en los anteriores artículos, más de una vez me iré por los cerros de Úbeda. Al final de cada crónica habrá una relación de otros títulos relevantes.
Empecemos ya.
PELÍCULAS ESPAÑOLAS (1) (1940/1970)
1.- La torre de los 7 jorobados (Edgar Neville, 1944).
Neville, sobre todo a partir de esta película, insufló aire fresco a la producción española de posguerra, asfixiada entre el cine de cartón piedra y las infumables comedias con que bombardeaban las pantallas las productoras Cifesa y Suevia films, pero ni el público ni la crítica supieron apreciarlo. Respecto a este cine grandilocuente o bien tontuno, es de lamentar que en su realización se desperdició mucho talento. Excelentes técnicos y músicos o directores como Juan de Orduña, Rafael Gil y José Luís Sáenz de Heredia con evidente oficio se quemaban rodando con brillantez las mayores bobadas. Incluiré algunos de sus mejores títulos al final.
Neville había dirigido 6 largometrajes, 2 documentales propagandísticos del bando nacional y un corto de media hora, Verbena (1941), donde afloran ya las constantes de su cine: el humor, el casticismo madrileño, la intriga y una pizca de terror light, patentes en la trilogía La torre de los 7 jorobados (1944), Domingo de carnaval (1945) y El crimen de la calle de Bordadores (1946).
Esta película, basada en la novela más conocida del poeta y novelista popular Emilio Carrere, nos sumerge en las catacumbas del Madrid de principios del siglo XX y comprobamos que Neville había asimilado con brillantez las pautas del expresionismo alemán, pero, como hemos dicho, España estaba verde, también en cuanto al cine se refiere, para apreciar esas exquisiteces. En el año 45 hizo doblete y además de Domingo de carnaval rodó La vida en un hilo, con argumento y guión propios, que le valieron sendos premios del Círculo de escritores cinematográficos. El último caballo (1950) y El baile (1959) adaptación de su obra teatral del mismo título, fueron sus films más destacados de un total de 23.
Su vida fue azarosa y muy divertida, se puede encontrar por la red. Manuel Vicent le dedicó una de sus colaboraciones semanales en El País en la serie Genios e impostores el 1/11/2015, la titulada Dándole patadas en el culo a Chaplin, de muy recomendable lectura.
Y un par de curiosidades: heredó de su madre título nobiliario; era conde de… ¡Berlanga! Pero del Duero, no del Turia. 1931 le pilló en Hollywood, trabó amistad con Chaplin e hizo un papelito en Luces de la ciudad. Hacia el minuto 70 aparece un policía en casa del millonario que es amigo de Charlot solo cuando está borracho. Era Neville.
Pasamos ya a los años 50, vitales para nuestra cinematografía.
2.- Surcos (José Antonio Nieves Conde, 1951).
Nueve años antes de que Visconti abordara el tema de la emigración interior (Rocco y sus hermanos, 1960) el falangista Nieves Conde escribió el guión de Surcos junto con Gonzalo Torrente Ballester, adaptando una novela del académico, también falangista, Eugenio Montes; un duro relato sobre una familia campesina que marcha a Madrid, huyendo de la miseria rural y acaba destrozada por la mucho más dura miseria moral de la gran ciudad: delincuencia, estraperlo, prostitución…
Es fácil entender que la película tuvo serios problemas con la censura. A pesar de los recortes, lo que quedó sigue resultando insólito en el aburrido panorama reinante. El Círculo de escritores cinematográficos le dio cuatro galardones: mejor película, director, actor secundario —Félix Defauce— y actriz secundaria —Marisa de Leza—. El entonces Director General de Cinematografía y Teatro, José María García Escudero, la clasificó de interés nacional lo que unido a su decisión de negársela a Alba de América (Juan de Orduña, 1951), le costó el puesto. En 1962, cuando Manuel Fraga se hizo cargo del Ministerio de Información y Turismo, volvió a asumirlo, hasta el 68.
De García Escudero, Surcos, y las Conversaciones de Salamanca trata un largo apartado del magnífico libro de Román Gubern y Domènec Font sobre la censura franquista Un cine para el cadalso (Ed. Euros, 1975), el titulado La tenebrosa era de Arias Salgado (1951/1962), págs. 63 y siguientes. Buscadlo, que vale la pena.
Sobre las conversaciones de Salamanca hablaremos ahora.
3.- Calle Mayor (Juan Antonio Bardem, 1956).
En 1947 se crea el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (IIEC) y al comienzo de los años 50 empiezan a aflorar en la industria del cine jóvenes directores, productores, cámaras, graduados en el IIEC, que en 1962 pasó a llamarse Escuela Oficial de Cine (EOC).
Bardem y Berlanga formaban parte de esa primera promoción. Una práctica de 15 minutos que rodaron en el IIEC, junto con Florentino Soria y Agustín Navarro, Paseo por una guerra antigua (1949), dejaba patente que estos cineastas emergentes venían a cambiar las cosas. De la academia fueron saliendo en sucesivas promociones Borau, Picazo, Martín Patino, Saura, Summers. El Nuevo Cine español se iba configurando.
Bardem y Berlanga, tras una película rodada al alimón —Esa pareja feliz (1951)— escribieron, con Miguel Mihura, el guión de Bienvenido, Mr. Marshall (1953) que dirigió Berlanga y a partir de aquí reanudaron sus carreras por separado. Su trayectoria muestra bien a las claras que esa colaboración hubiera sido difícilmente sostenible. Bardem, formalmente más academicista e ideológicamente próximo a posiciones de izquierda radical, carente de humor, al menos en su cine, y Berlanga, con esos larguísimos planos secuencia, llenos de personajes a los que la profundidad de campo iguala en importancia, aunque ni siquiera tengan frase y el humor, blanco o negro, siempre presente. Dos maneras distintas de hacer gran cine.
Calle mayor es la 4ª película de Bardem en solitario. Felices Pascuas (1954), Cómicos (1954) y Muerte de un ciclista (1955) ya demostraban una madurez notable para alguien con tan corta carrera. Tomando la línea argumental de una exitosa obra teatral de Arniches, La señorita de Trevélez, Bardem escribe un excelente guión, diseccionando como un forense la cruel broma que le gastan unos señoritos, que se aburren en una capital de provincias, a una solterona poco agraciada, para lo que contó con la extraordinaria interpretación de la actriz americana Betsy Blair, la de Marty. A destacar la lírica partitura de Joseph Kosma, el autor de Las hojas muertas.
Un breve apunte sobre las Conversaciones de Salamanca (1955), que tanta influencia ejercieron en la futura andadura de nuestro cine y en las que Bardem tuvo un papel relevante. Impulsadas por Ricardo Muñoz Suay, el salmantino Basilio Martín Patino y el propio Bardem, reunieron a intelectuales y cineastas con el objeto de analizar la deriva del cine español desde el fin de la guerra y proponer ideas para conseguir cambiarle el rumbo ya que, según expuso Bardem en su intervención, el cine español era: “políticamente ineficaz, socialmente falso, intelectualmente ínfimo, estéticamente nulo e Industrialmente raquítico”.
En las jornadas se desarrollaron ponencias de gran nivel, pero lo que más se recuerda de ellas son estas cinco “virtudes” de nuestro cine denunciadas por Bardem.
García Escudero, desde su dimisión en el 52, trabajó activamente por el nuevo cine español, publicó dos libros, colaboró en diversas revistas y tuvo un papel relevante en el congreso salmantino.
Pasemos a la única película que he incluido no dirigida por un español.
4.- El pisito (Marco Ferreri, 1959).
Marco Ferreri vino a España a vendernos objetivos Totalscope, una variante italiana del Cinemascope. En Italia solo había rodado spots publicitarios y producido algo y fue aquí donde rodó sus tres primeros films, para mí, junto con La grande bouffe (1973), lo más destacable de un total de 29, 15 de los cuales con la colaboración de Rafael Azcona, el mejor guionista europeo, a la altura de los dos o tres verdaderamente grandes de Hollywood, del que tendremos ocasión de seguir hablando. El pisito fue para ambos su opera prima, y a pesar de la malísima distribución que sufrió, pronto empezó a cosechar premios y reconocimientos por todo el mundo.
El pisito, adapta una novela de Azcona, que cuenta en clave de humor negro negrísimo, una situación que, en aquella España de los cincuenta, padecían gran cantidad de parejas: largos noviazgos en espera de conseguir tener un piso. En esta situación están Lorenzo y Petrita, fabulosamente interpretados por José Luís López Vázquez y Mary Carrillo, que llevan 12 años de novios y no ven claro el futuro, a no ser…
Ese mismo año había dirigido Los chicos (1959), un retrato costumbrista de unos adolescentes madrileños sobre un guión suyo en solitario. Al año siguiente, de nuevo con Azcona, firma la que es para muchos su obra maestra: El cochecito (1960). Es estupenda, pero yo prefiero El pisito.
Marco Ferreri es un director incómodo. Era, murió en París en el 97. Se movía como pez en el agua en lo políticamente incorrecto, se metía en todos los charcos que pudieran salpicar al establishment. A menudo se pasaba tres pueblos, pero lo que no hacía nunca es dejar indiferente al espectador. Azcona le suministró la dosis de humor necesaria para hacer digerible su cine.
Y atención, que llega la mejor película española de todos los tiempos.
5.- Viridiana (Luis Buñuel, 1961).
Buñuel había rodado en México en Nazarín (1959), adaptando a su manera la novela de Pérez Galdós. Don Benito tiene una novela posterior, Halma, en la que abandona su querido Madrid para situar la acción en un medio rural, la hacienda de doña Catalina de Artal, condesa de Halma-Lautemberg. Esta condesa quiere practicar la caridad y convertir su hacienda en una especie de comuna, acogiendo a todos los indigentes que se presenten.
Esto le sirve de arranque a Buñuel para, junto con Julio Alejandro, escribir el guión de Viridiana, que se aparta del argumento galdosiano para ofrecernos un fresco impresionante y cruel de una España negra. Una sinopsis del film podría ser: Don Jaime —Fernando Rey— un rico hacendado, recibe la visita de su sobrina Viridiana —Silvia Pinal— una novicia que ha pasado su vida en un convento desde su más tierna infancia y a la que don Jaime encuentra un notable parecido con su difunta esposa, muerta el día de su boda. Una noche la droga y, dormida, la viste con el traje de novia, la toquetea, pero no se atreve a consumar la violación. Siguen sucediendo cosas que arrastran a don Jaime al suicidio y a Viridiana a abandonar el convento y refugiarse en la casona de su tío, donde acoge a 14 indigentes. Aparece Jorge —Paco Rabal— un hijo bastardo de don Jaime. Ateo y libertino, choca con su prima continuamente hasta que se desencadena la tragedia: un día que se quedan solos los mendigos montan una orgía de aquí te espero y el final es acojonante, gracias a la miope censura: hicieron cambiar el que presentó Buñuel —Jorge y Viridiana acaban liándose— y aprobaron un final metafórico en el que Jorge, el ama de llaves —magnífica Margarita Lozano— y Viridiana acaban jugando al tute.
Fernando Trueba cuenta en su Diccionario del cine (Galaxia Gutemberg, 2006- pag.73) que cuando se la proyectaron a Franco en El Pardo exclamó: “¡Bah!, chistes de baturros”, quitando importancia al revuelo que se había armado con la prohibición de la película. Pero esta siguió prohibida. De hecho, la borraron del mapa —no podía ni escribirse su nombre— hasta bastante después de la muerte del dictador. Se estrenó el 23 de Mayo de 1977.
El Director General de cine, Muñoz Fontán, que recogió la Palma de Oro en Cannes, ignorante de que 24 horas después se iba a desatar la intemerata, fue cesado fulminantemente.
Dos memorias muy recomendables: sobre Luis Buñuel, Mi último suspiro (Plaza & Janés, 1982). Debe leerse completo, pero de Viridiana habla en las págs. 227/231. Sobre Paco Rabal, Si yo te contara (Aguilar, 1994). Págs. 200/202. Si empiezas en la 190, donde conoce a Buñuel, te enganchará y no lo dejarás hasta el final del capítulo.
Y ya volvemos con Azcona.
6.- Plácido (Luis García Berlanga, 1961).
Primera colaboración de Berlanga con Azcona. Firmarían hasta 10 guiones juntos, entre ellos El verdugo (1963), la trilogía del Marqués de Leguineche, La vaquilla (1985)…
Siente un pobre a su mesa era el título inicial de esta maravilla, pero a la censura no le gustó y para evitar problemas propusieron el nombre del protagonista, el conductor del motocarro que interpreta —muy bien, por cierto— Cassen. Una obra maestra absoluta que no te concede ni un minuto de respiro, hay que estar con los cinco sentidos bien despiertos para procurar no perderte detalle de los trepidantes diálogos en que los actores se pisan las réplicas, de los movimientos de los quince o veinte personajes continuamente en danza, pero es imposible: hay que verla muchas veces y aun así —yo la debo haber visto más de diez— siempre descubres algo nuevo que se te había pasado por alto.
Fernando Trueba, en su diccionario —Berlanga (Luis G.) págs. 57 y 58—, cuenta una divertida anécdota que protagonizaron Oscar Ladoire y él a principios de los 70, irrumpiendo completamente borrachos en la Filmoteca, que rendía un homenaje al director valenciano, para brindarle el suyo particular: un tambor de detergente lleno de revistas y fotos porno y un bocadillo de chorizo. Transcribo íntegro el párrafo que escribe Trueba a continuación, que suscribo absolutamente: “Sigo pensando igual que entonces de Berlanga y de sus películas, y Plácido y El verdugo siguen pareciéndome las dos mejores películas que se ha hecho en este país. Las preazconianas Bienvenido, Mr. Marshall (1953) y Calabuch (1956), dos joyas rebosantes de amor y ternura y Esa pareja feliz (1951), y lamento coincidir en ello con los críticos de antaño y no ser nada original, el punto de partida del cine español, cuya inexistencia anterior no ponen en duda algunas contadas excepciones sino, muy al contrario, la confirman”.
Supongo que al hablar de excepciones piensa en el cine de Neville y en Surcos. La vi en su estreno en Valencia —me parece recordar que en el Rex, no estoy seguro— con mi hermana, un poco mayor que yo. Fue muy bonito porque, sin ponernos de acuerdo, tras ese tremendo final sonando un villancico que sentencia “porque en esta tierra ya no hay caridad, ni nunca la ha habido ni nunca la habrá” nos pusimos en pie a aplaudir rabiosamente, con lágrimas en los ojos. Poco a poco gran parte del público de la platea secundó nuestra actitud y la ovación se prolongó un buen rato. No era frecuente escuchar aplausos en el cine. Fue uno de esos escasos momentos dulces que la vida nos depara a la gente corriente.
Bueno, vamos con otro de los grandes del IIEC.
7.- La tía Tula (Miguel Picazo, 1964).
Opera prima de Miguel Picazo, un personaje difícil de entender. Además de sus estudios de dirección en el IIEC cursó derecho y psicología e irrumpió en el cine español, en el que empezaban a moverse las cosas, con una sobrecogedora adaptación de la novela de Unamuno, que trasladó a la época en que la película fue rodada.
La vida en provincias, como ya se veía en Calle Mayor, no había cambiado nada en aquella España franquista y la sórdida historia que Unamuno situaba a primeros de siglo era igualmente creíble seis décadas después. Este director novel, como antes Bardem, demostró una madurez y un dominio de la profesión fuera de lo corriente. La tía Tula es una gran película, con un clima y unas interpretaciones extraordinarios. Cabe destacar la soberbia composición que hace Aurora Bautista de Tula, una solterona de arraigados principios católicos, conviviendo con su cuñado viudo y sus dos sobrinos. Nos sorprendió a todos, acostumbrados a verla sobreactuar en los dramones históricos de Juan de Orduña para Cifesa.
Decía que es difícil entender que Picazo, tras este bombazo que acaparó premios y lo elevó al Olimpo, se fuera diluyendo como un azucarillo en un vaso de leche: tardó tres años en rodar su segundo film, Oscuros sueños de agosto (1967), un correcto drama que él definió como una obra con sentimientos en clave médica. Problemas con la censura y una limitada distribución en salas de arte y ensayo provocó que poca gente la viera. Luego rodó episodios de Crónicas de un pueblo y Entre visillos para la TV y tres películas más: Los claros motivos del deseo (1977), un interesante estudio sobre el despertar del sexo en los adolescentes; El hombre que supo amar (1978), una biografía de San Juan de Dios y Extramuros (1985), adaptación de la novela de Jesús Fernández Santos. Eso es todo, 5 largometrajes. Parece ser que no se entendía con los productores, él siempre sostuvo que no había hecho más cine por causas ajenas a su voluntad. Intervino en varios films de sus amigos como actor: El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973), Remando al viento (Gonzalo Suárez, 1988) o Tesis (Alejandro Amenábar, 1996) y en 1997 recibió un Goya de honor.
Pasamos a una película que descubrí tarde y se coló entre mis favoritas.
8.- El extraño viaje (Fernando Fernán Gómez, 1964).
Fernán Gómez, que intervino en 171 películas, escribió 11 novelas y 10 obras de teatro y unas magníficas memorias, El tiempo amarillo, aún sacó tiempo para dirigir 29 largometrajes con desigual resultado, pero siempre dignos y, entre ellos, cinco o seis excelentes.
De nuevo el dilema: ¿El extraño viaje o El mundo sigue (1963), un sórdido drama naturalista adaptando la novela de Zunzunegui con el que Fernán Gómez realiza una obra maestra? Me he decantado por este extraño viaje por su doble condición de película maldita y de culto. Su título debía ser El crimen de Mazarrón, pero de nuevo nuestra inefable censura obligó a cambiarlo. Aquí Fernán Gómez utiliza un estilo esperpéntico —el humor negro, que está presente en gran parte de su obra— para contar esta macabra historia de crímenes y codicia basada libremente en el mencionado crimen de Mazarrón. A destacar las impagables interpretaciones de Rafaela Aparicio y Jesús Franco. ¡Qué gran actor! Podía haber sido nuestro Peter Lorre. Pero prefirió la dirección. Y fugaces apariciones en algunas de sus 138 películas. Ya en este siglo, septuagenario, intervino en tres películas gamberras de dos jóvenes practicantes del culto a Jess Franco, Kárate a muerte en Torremolinos (2003) y Ellos robaron la picha de Hitler (2006) de Pedro Temboury y Planeta Atlon (2007) de José Roberto Vila.
Es fácil encontrarla en la red, no se la pierdan. No les cuento nada de su argumento.
Y vamos con otro de los grandes.
9.- La caza (Carlos Saura, 1965).
Cuatro hombres celebran una jornada de caza de conejos en el coto propiedad de uno de ellos. La tensión va creciendo hasta el esperado final, que no por previsible evita que te quedes hecho polvo.
Nunca olvidaré el enorme impacto que me causó la primera vez que la vi. Estaba con mi mujer —no hacía mucho que habíamos cambiado de estado civil— en un cine de Barcelona, el Atlanta. Salimos del cine absolutamente acojonados. Si nos pinchan, no sacan ni una gota de sangre. Después, leyendo críticas y artículos y viéndola más veces, empecé a considerarla como metáfora de la Guerra Incivil y todo eso, pero entonces solo pensábamos en el calor y en el angustioso suspense que Saura imprime al film, hasta alcanzar el clímax en la masacre final, con la impagable colaboración de dos Luises: De Pablo y su obsesiva banda sonora y Cuadrado con su sobrecogedora fotografía en blanco y negro.
Añadamos a todo esto la producción a cargo de Elías Querejeta —primera colaboración con Saura, que se prolongaría hasta los ochenta— y la extraordinaria interpretación de los cinco actores —incluyo al guarda del coto, el gran actor de carácter Fernando Sánchez Polack—, con mención especial para Alfredo Mayo e Ismael Merlo, galanes del cine de postguerra que tras La caza relanzaron sus respectivas carreras hasta el fallecimiento de ambos, a mediados de los ochenta. Los otros dos no desmerecen en absoluto, José María Prada y Emilio Gutiérrez Caba.
Saura en su siguiente film, Peppermint frappé (1967), inicia su colaboración con Rafael Azcona, que duró hasta 1990, con ¡Ay, Carmela! (1990); media docena de excelentes guiones y grandes films como El jardín de las delicias (1970), Ana y los lobos (1972) o La prima Angélica (1973), tres joyas que jalonan la época irrepetible de la terna Saura/Azcona/Querejeta.
La cronología nos lleva a cerrar esta primera entrega con otra tenebrosa historia criminal.
10.- El bosque del lobo (Pedro Olea, 1970).
Hay quien ha etiquetado esta extraordinaria película como cine de terror. En absoluto: como El crimen de Cuenca (Pilar Miró, 1979), que veremos en la siguiente crónica, El bosque del lobo es un espeluznante retrato de una historia verdadera, ocurrida en la Galicia rural de mediados del siglo XIX, a la que Olea, a pesar de su corta experiencia, supo imprimir una ambientación y un ritmo que te mantenían con el corazón en un puño hasta el final.
Impresionante José Luis López Vázquez dando vida a Benito Freire, nombre ficticio que aplicaron Olea y su coguionista Juan Antonio Porto a Manuel Blanco Romasanta, el Sacamantecas, autor de 13 asesinatos en el bosque gallego de Ancines, atribuidos por la justicia a su condición de licántropo, lo que le libró de la pena de muerte, aunque murió muchos años después sin salir de prisión.
Esta sobrecogedora interpretación de José Luís López Vázquez junto con El pisito, Peppermint Frappé y El jardín de las delicias, contribuyó a que, después de 100 rodajes a sus espaldas se empezasen a valorar sus dotes de actor dramático. Después vendrían otras, Habla mudita (1973), Mi querida señorita (1971), No es bueno que el hombre este solo (1973), Mi prima Angélica, Ana y los lobos… y decenas de comedias —algunas olvidables, otras excelentes— hasta su muerte en 2009, con un total de 227 películas. Pocos actores en el cine sonoro han alcanzado esa cifra, solo explicable porque en los 50 y 60 intervenía en 6 ó 7 rodajes al año. ¡En el 62 protagonizó diez, con papeles tan memorables como el padrino de La gran familia o uno de los chapuceros empleados que proyectan un Atraco a las 3 en su propio banco!
Pedro Olea, desde su graduación en la EOC en el 64, se había fogueado rodando documentales y episodios de series para TVE, un largometraje perfectamente olvidable, Días de viejo color (1967) sobre un guión de Jiménez Rico, y el mismo año que El bosque del lobo y contando también en el guión con Porto, una cosa que desconozco, y que las filmografías suelen obviar titulada Juan y Junior… en un mundo diferente (1970); ojo a la sinopsis: dos extraterrestres se hacen pasar por los cantantes de moda para hacerse con el control del planeta. Parece ser que la única copia que se conserva está en la filmoteca de Madrid, donde puede verse.
Lleva rodadas 21 películas que podemos calificar en general de notables, con cuatro o cinco sobresalientes: la citada No es bueno que el hombre esté solo, Tormento (1974), Pim,pam,pum… ¡Fuego! (1975), Un hombre llamado Flor de Otoño (1978) y fuera ya de nuestro campo cronológico, en 1992, su mejor película tras El bosque del lobo, El maestro de esgrima, excelente adaptación de la novela de Arturo Pérez Reverte.
Me pongo ya a preparar la siguiente entrega, desde 1971 a 1990.
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El mundo sigue (1963)
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