(1) TROLLS, de Mike Mitchell.

MITOLOGÍA KITSCH PARA ADICTOS A LA GLUCOSA
La nueva apuesta animada de DreamWorks sigue la línea de una de sus principales franquicias, basada en la subversión del clásico cuento infantil. Lejos de la representación secular de la mitología centroeuropea, la fauna fantástica de esta productora estadounidense está formada por personajes divertidos que irradian buen rollo. Pero mientras que en la saga Shrek existe una clara intencionalidad desmitificadora que la hace apta también para espectadores adultos, en Trolls se insiste en los parámetros disneyanos de la fábula amable e incluso se lleva al paroxismo sus ingredientes más remilgados y sensibleros. El resultado es una animación excesivamente bobalicona cuyos destinatarios son exclusivamente los más pequeños del hogar.
Versión flower power de los pitufos de Peyo, el film describe un mundo tan cándido como hortera habitado por los entrañables trolls, personajes bondadosos que se dedican a cantar/bailar y darse abrazos todo el día, y los bergens, criaturas pesimistas y malhumoradas que pretenden comerse a los primeros para alcanzar la felicidad. Para liberar a sus amigos capturados, la Princesa Poppy y su polo opuesto, el paranoico Branch, tendrán que embarcarse en una peligrosa misión de rescate.
Los lisérgicos duendecillos protagonistas están inspirados en un conocido juguete que la generación nacida en los años 70 y 80 recordará con nostalgia. Pero más allá del sencillo entramado argumental y su evidente propósito comercial, Trolls es un sólido producto industrial con un acabado formal portentoso, que cuenta además con una nutrida banda sonora formada por pegadizas canciones discotequeras que aportan un ritmo ágil y un contagioso optimismo a la película.
No obstante, tanto edulcorante acaba pasando factura. Esta mitología kitsch sazonada de colores chillones, bucólicos escenarios de ensueño, alegres melodías, abrazos amorosos y cupcakes puede resultar indigesto hasta para el niño más angelical.
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