(1) BLAIR WITCH, de Adam Wingard.

NUEVA EXPEDICIÓN AL BOSQUE DE LA BRUJA
En una inteligente campaña publicitaria, Blair Witch es presentada como la auténtica secuela de la ya clásica cinta de terror El proyecto de la bruja de Blair (1999), repudiando los remiendos argumentales de la olvidable El libro de las sombras: BW2 (2000). Este reclamo podrá cautivar a los neófitos del género, quienes se sentirán estremecidos por la irrupción de esta pérfida y deforme hechicera, por un escenario agreste con sabor añejo de bosque encantado y una exótica fórmula narrativa conocida como found footage —a mitad camino entre la ficción y el falso documental, en la que todo o una parte esencial del filme es presentado como si fuese material filmado en directo o encontrado posteriormente a los hechos— cuyo éxito comercial ha generado una gran cantidad de mediocres productos fabricados industrialmente, salvo honrosas excepciones. Sin embargo, los ya instruidos en esta temática apreciamos aquí cierta rutina a la hora de configurar historias mil veces vistas y un recurso abusivo de los convencionalismos de siempre.
Resulta evidente el respeto y el cariño de Adam Wingard por el film fundacional. Reproduce la mitología creada en torno a la criatura y su tétrica escenografía. Y se inventa una endeble excusa argumental que justifica el regreso al siniestro lugar donde acaecieron los trágicos sucesos de la película de Daniel Myrick y Eduardo Sánchez. Pero esta tardía y redundante prolongación de la saga se limita a reproducir situaciones, sustos y golpes de efecto ya conocidos sin aportar ningún elemento novedoso más allá de un montaje frenético amparado por el arsenal tecnológico de los jóvenes protagonistas.
Es verdad que técnicamente es un producto sólido. Incluso narrativamente las imágenes quedan ensambladas con absoluta verosimilitud, evitando errores de raccord que algún espectador quisquilloso pueda constatar. Pero la historia en sí deja bastante que desear, debido a su simplismo y por la manera en que los personajes son asesinados por la malvada nigromante. Ni qué decir que muere hasta el apuntador.
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