(2) SING STREET, de John Carney.

MÚSICA Y ADOLESCENCIA
De John Carney, ex batería del grupo The Frames, habían gustado mucho sus dos anteriores películas One (2006) y Beguin again (2013) antes de llegarnos su tercera, en la que también ha intervenido como guionista y productor y ha volcado sus recuerdos autobiográficos sobre una Irlanda de los años 80 a donde llegaban los ecos esplendorosos de la mejor música pop-rock británica del momento —se escuchan breves fragmentos de The Cure, The Clash, Spandau Ballet, Duran Duran, Motorhead, Police, Genesis, etc.—, cuya audición sirve no sólo de reclamo comercial sino también de telón de fondo de la historia narrada: la creación de una banda pop por alumnos adolescentes de un instituto dublinés que interpretan piezas compuestas por Gary Clark en colaboración con el propio director de la película.
Sing Street intenta combinar la crónica agridulce de una Irlanda católica, puritana y represiva, de una vida familiar plagada de conflictos y de una crisis económica nacional que obligaba a miles de ciudadanos a emigrar al vecino Reino Unido con la ilusión de unos adolescentes deseosos de formar un grupo musical moderno no sólo para alcanzar fama y fortuna sino especialmente para evadirse del mediocre y desolador entorno en el que viven.
El film cumple una función testimonial sobre la vida juvenil de la época, cuando los vestidos y maquillajes —la moda “glam”— sembraban el escándalo entre las autoridades y la gente conservadora, en unos años en que el divorcio no era aún legal y se tenían que prolongar convivencias conyugales desastrosas. No olvida John Carney tampoco el acoso escolar a los “diferentes” y, sobre todo, el terremoto emocional del primer amor, mostrado con una fuerte carga romántica que sirve también como contrapeso a las dificultades de alcanzar el triunfo profesional. No falta —a modo de referencia a los comienzos de Steven Spielberg y de otros cineastas de su generación— el torpe rodaje de elementales videoclips promocionales del nuevo grupo, la abundancia de toxicómanos y la presencia de adultos con patologías neuro-depresivas.
Este relato realista de unos tiempos duros viene contrastada por una escena imaginaria, idealizada, del concierto escolar del grupo que inicia su carrera, con el protagonista ejerciendo de líder y cantante sin olvidar la importancia dada a la historia amorosa, elementos que a mi parecer no funcionan del todo bien en cuanto a su articulación narrativa pues dejan la sensación de estar enlazados de una forma excesivamente tópica.
Una vez más asistimos al incómodo paso desde la edad juvenil a la madurez, alcanzada a base de tropiezos y disgustos, nada raros en un país demasiado tradicionalista y con escaso desarrollo económico. La mayoría de personajes están encarnados por actores no profesionales, seleccionados tras un extenso casting, a los que se exigían elementales conocimientos musicales y un adecuado manejo de los instrumentos.
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