(3) EL HOMBRE DE LAS MIL CARAS, de Alberto Rodríguez.

DOS GRANUJAS EN EL PAÍS DE LA PICARESCA
El buen oficio demostrado por Alberto Rodríguez en sus dos últimos largometrajes —Grupo 7 (2012) y La isla mínima (2014)— le convirtieron en el realizador ideal para llevar a cabo la nada fácil misión de contar en cine las peripecias de dos singulares tipos, modelos de la moderna picaresca de altos vuelos, como fueron Francisco Paesa y Luis Roldán —encarnados respectivamente por Eduard Fernández, premiado en el reciente festival de San Sebastián, y por Carlos Santos— a los que se ha unido José Coronado como el inventado piloto de aviación Jesús Camoes, que asume el papel de narrador mediante una voz en off.
Nos encontramos ante un thriller poblado de numerosos personajes y ambientado en diversos escenarios —rodaje en Madrid, París, Ginebra y Singapur con un coste de cinco millones de euros— que es adaptación de la novela Paesa, el espía de las mil caras de Manuel Cerdán, a su vez inspirada en hechos reales, aunque los guionistas han tenido que recurrir a algunas escenas inventadas para rellenar las lagunas informativas, que han revestido de la mayor verosimilitud posible.
El film está protagonizado pues por antihéroes, seres humanos inmersos en el cinismo, la mentira, la impostura, la simulación, las trampas, que materializan la idea y la imagen de la codicia y de la corrupción como ejes vertebradores de unos valores éticos y de un marco político que desde 1994-1995 no ha hecho más que empeorar en nuestro país.
El caso Luis Roldán, director general de la Guardia Civil con el ministro del Interior Antonio Asunción —que dimitió por ello siendo sustituido por el sibilino Belloch—, constituyó un escándalo nacional tanto por la cuantía de lo sustraído —1.500 millones de pesetas procedentes de comisiones por la construcción de cuarteles y de los fondos reservados— como por la inesperada fuga del importante cargo público, desaparecido durante meses, y por la rocambolesca manera de capturarlo —se entregó tras un acuerdo no respetado por el gobierno— y de repatriarlo a España, donde fue juzgado y sólo cumplió la mitad de su condena a 30 años de reclusión.
Francisco Paesa, que le ayudó primero y que luego participó en su detención tras apropiarse del dinero y antes de desaparecer fingiendo haber muerto, se manifiesta como un individuo muy astuto y listo que fue banquero en Suiza, traficante de armas, diplomático, agente secreto, confidente, negociador, traidor y estafador, ante todo un hombre que amaba la buena vida y que tuvo algún tropiezo con la ley. Él constituye el eje en torno al que se articula la película y el que sirve de necesario complemento en los fracasados planes de Luis Roldán, que confió demasiado en la lealtad de sus colegas y en el poder intimidatorio de los documentos secretos que guardaba en su poder —sobre el caso GAL y la ETA, especialmente—. Este fue el principio del fin del PSOE como partido gobernante, sumido en una crisis que ha ido agravándose hasta la actualidad.
La película está bien narrada, con un ritmo que nunca decae, con una fotografía idónea para crear climas inquietantes, con un constante suministro de datos al espectador, continuos viajes, sucesivos escondites, diversas operaciones y numerosas trampas a cargo de unos notorios timadores pero también de interesados mercenarios y de funcionarios que transitaban por las alcantarillas del Estado.
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