(1) BRIDGET JONES’ BABY, de Sharon Maguire.

UN ICONO TRAICIONADO
Probablemente, el éxito del fenómeno literario que dio origen a esta conocida saga se basara en la jocosa comparación, tan patética como sarcástica, entre la mujer “real” y su imagen difundida a través de la publicidad, la TV y la prensa rosa. Así, su protagonista era una joven treintañera que no encajaba en los cánones clásicos de perfección: feúcha, obesa, insatisfecha, inestable emocionalmente, soltera crónica, bebedora y fumadora compulsiva. Las lectoras enseguida consagraron a Bridget Jones como una especie de intrépida outsider que demostraba que había otro camino para ser feliz, que la mujer no necesitaba ser modelo de Playboy para ser protagonista de su propia película. La escritora Helen Fielding había creado, sin proponérselo, un icono postmoderno de la mujer actual.
Su adaptación fílmica no tardaría en llegar. El diario de Bridget Jones (2001) trasladó las esencias de la novela a la gran pantalla, con un balance bastante satisfactorio, incluyendo el respaldo tanto del público como de la crítica especializada. No puede decirse lo mismo de la inevitable y previsible secuela, El diario de Bridget Jones: Sobreviviré (2004), film que se alejó del tono cáustico e irreverente de su predecesora cayendo en la burda parodia propia de la comedia desmadrada. Era un producto industrial, artificioso y sin alma, infectado de un descarado oportunismo comercial.
Desgraciadamente, el regreso de Bridget Jones certifica el desgaste del personaje y de su vodevilesca existencia, no ya como retrato realista de la condición femenina en pleno siglo XXI sino como actualización de la tradicional comedia de enredo. Y es que, pese a contar con la directora de la primera entrega y añadir constantes elementos narrativos y referencias del universo primigenio, Bridget Jones’ Baby completa un viraje formal hacia la complacencia y el autohomenaje; y un giro ideológico hacia los valores más tradicionales que pervierte el mensaje original. Efectivamente, se incluyen gags que rozan la excelencia —en los que la actriz y también guionista Emma Thompson revela su pujante vis cómica— pero todo está diseñado para el ineludible happy end en la que la protagonista acaba casada y madre de un hermoso bebé. Ya no es grotesca, ni provocadora, ni fiel reflejo de nuestros peores defectos… sino que irradia simpatía con un humor blanco y sin mácula. Apenas se diferencia de las comedias románticas hollywoodienses que nos venden una imagen edulcorada y gratificante de las relaciones sentimentales.
Traición, renuncia o cambio de valores mediante, Bridget empieza con un aparente equilibrio interior —delgada, soltera y feliz en el trabajo— pero algo falla en su vida. Como en los relatos decimonónicos próximos al cuento amable, el destino conspira para encauzar su trayectoria vital a la de la mayoría: la maternidad y el matrimonio como fin de trayecto, como objetivos inherentes de la naturaleza de la mujer. Quizás haga un flaco favor la burda trama que juega con la identidad desconocida del padre de la criatura, sin ir más allá de la divertida pugna entre los posibles candidatos. Y una Renée Zellweger hierática y constreñida, tras un retiro de 6 años del cine y una operación estética imposible de enmascarar, tampoco ayuda en dotar de tridimensionalidad al personaje. Ya no hay irreverencia ni burla. Hay una desvergonzada adhesión al mainstream que integra el antaño subversivo icono de la feminidad a los gustos y costumbres predominantes. La susodicha Jones ha vuelto al redil. Que en paz descanse, ahora sí.
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