(1) BEN-HUR, de Timur Bekmambetov.

REFRITO DE PÉPLUM
En plena avalancha de remakes que acaparan la programación de cines no podía faltar el que ahora nos llega de Ben-Hur (1959), el clásico de William Wyler basado en la novela de Lewis Wallace. Y, como no podía ser de otra manera, quien tenga en alta estima la citada película —que a su vez, no olvidemos, es una versión hipertrofiada del film homónimo de Fred Niblo de 1925—, debería abstenerse de ver cómo Timur Beckmambetov se limita a aligerar de complejidad la trama y a tamizar sus conocidas escenas con el previsible tratamiento digital.
Se nota, no obstante, el generoso presupuesto, pero la actual Ben-Hur no deja de ser un refrito de ese popular género cinematográfico, el péplum, que tuvo sus días de gloria en los años 50 y 60 del siglo pasado a raíz del auge del Technicolor para competir con la Televisión. Posteriormente, la excesiva reiteración de argumentos y la pobreza de recursos acabaron postrándolo en el olvido, siendo rescatado por Ridley Scott varias décadas más tarde con Gladiator (2000).
El kazajo afincado en Hollywood, especialista en films de acción, “reduce” la trama romántica y “fortalece” la política, en un intento de retratar con cierto detalle la Judea de tiempos de Jesús de Nazaret. Región colonizada por Roma, existe por entonces inestabilidad política y social porque mientras que la élite mantiene los privilegios a cambio de lealtad al poder del Emperador; los zelotes —la facción del judaísmo más violenta que lucha por la independencia de la provincia romana— atentan contra los ocupantes.
En este contexto se desarrolla la historia de Judah Ben-Hur (Jack Huston), un príncipe falsamente acusado de traición por su hermano adoptivo Messala (Toby Kebbell), un oficial del ejército romano. Desposeído de su título y separado de su familia y de la mujer que ama (Nazanin Boniadi), Judah es condenado a la esclavitud en las galeras. Después de varios años, Judah regresa a su tierra natal en busca de venganza…
La nueva Ben-Hur otorga mayor protagonismo a la figura de Jesucristo pero al precio de sublimar su figura para regocijo del público más ultracristiano. Y, más allá de la secuencia de la batalla naval y la carrera de cuádrigas, el resto es una típica historia de venganza con aprendizaje vital incluido. Espectacular en los momentos más dramáticos pero tan artificioso como sus fondos de chroma key. Decepcionante.
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