(2) PASTEL DE PERA CON LAVANDA, de Éric Besnard.

VIUDA, CAMPESINA Y PROVENZAL
Del productor, guionista y realizador francés Éric Besnard únicamente sabía que procedía del mundo de la TV y que había debutado en el largometraje con La sonrisa del payaso (1998), anunciada por Canal+ en junio de 2001. Ahora nos llega su film más reciente que destaca por la elegancia y delicadeza de la historia narrada, expuesta con una correción cuyo previsible desarrollo y desenlace descarta todo riesgo de ruptura con lo comúnmente esperado.
En esta ocasión Louise, una lozana viuda propietaria de unos campos de perales en la Provenza, acaba enamorándose de Pierre, un joven con síndrome de Asperger protegido por el librero del pueblo y necesitado de hogar y de compañía. Él es un dechado de virtudes, una persona sensible, ordenada, sincera y generosa que tiene dificultades para relacionarse socialmente y cuya hipersensibilidad lo hace fácilmente vulnerable.
Éric Besnard declaró que intentaba, ante todo, contar una historia de afectos y emociones aunque se apartara un poco de las exigencias de la racionalidad tras escuchar los casos que le relató su propia esposa, psicóloga de profesión. Por eso el realismo de Pastel de pera con lavanda es dudoso, subordinado como está al lirismo del punto de vista narrativo, tras haber pasado por el filtro de la bondad y de la belleza humanas, sin aristas que puedan inquietar o molestar al espectador.
En la película predominan los buenos sentimientos sorteando los escollos patológicos del autismo, una auto-protección del individuo frente a un mundo exterior presuntamente peligroso, una estrategia mental consistente en encerrarse en uno mismo en el esxtremo mismo de la introversión. Pero aquí creo que se han pasado de la raya: el protagonista no parece un enfermo sino un ser excepcional, un virtuoso en lo tocante a inocencia y nobleza interior. Hay pues un exceso de idealización: de la hermosa Naturaleza, de las explotaciones agrícolas dudosamente rentables y de las cualidades intelectuales de Pierre. Por eso el final feliz, tras el aplazado idilio amoroso, me suena un tanto forzado y convencional al compaginar el triunfo del romanticismo y la salvación del negocio familiar.
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