(2) ELVIS & NIXON, de Liza Johnson.

EXCÉNTRICO ENCUENTRO EN LA CASA BLANCA
Lo único realmente documentado es el encuentro en la Casa Blanca —hay una foto que se considera histórica— entre el mítico cantante de rock y de baladas Elvis Presley y el presidente de los Estados Unidos Richard Nixon. Se celebró el 21 de diciembre de 1970 pero el contenido de la entrevista ha sido totalmente inventado por los guionistas. Ambos personajes tenían en común su procedencia social modesta y también el estar atravesando momentos delicados en el inicio de su decadencia: Nixon iba perdiendo la guerra de Vietnam y, unos años después, en 1974, tendría que dimitir tras el famoso caso Watergate; por su parte, el “Rey” veía ya declinar su fama y menguar sus grandes triunfos con la llegada de la nueva música, más moderna, aportada por The Beatles, los Rolling Stones y muchos otros.
El presidente —totalmente al margen del fenómeno Elvis— fue convencido para que aceptara la visita del divo de la canción y del cine para captar el escurridizo voto de los más jóvenes. El visitante se manifestó como un ciudadano ultra-conservador que pretendía poseer una placa de “agente federal autónomo” para luchar contra la invasión de las drogas, contra la rebeldía de la población negra, contra una juventud pacifista y poco patriótica, contra los comunistas infiltrados y para defender la ahora cuestionada grandeza y hegemonía de los USA. Con lo que ve en la pantalla, el espectador tiene motivos sobrados para dudar del equilibrio mental del cantante a juzgar por su excéntrica conducta, la simpleza de sus palabras, su palpable deterioro físico y la sospecha de que se ha vuelto adicto a determinadas sustancias.
Tanto el republicano Nixon como sureño Elvis procedían de familias de modesta posición social y llegaron a la cumbre de la celebridad pero esta evolución y sus contradicciones la película no entra a analizarlas. Una lástima porque hubiéramos conocido mejor las razones por las que también la gente pobre puede llegar a convertirse en tan reaccionaria.
Los actores Michael Shannon (Elvis) y Kevin Spacey (Nixon), pese al abundante maquillaje, apenas se parecen a los personajes auténticos. Pero el verdadero problema de la película es su estilo, su falta de rigor y de profundidad. El relato pasa de la sátira llena de ironía a la caricatura y de ésta al delirante esperpento para finalizar todo como una gran payasada carente de la menor coherencia. Un film bastante decepcionante.
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