(1) ESCUADRÓN SUICIDA, de David Ayer.

LA REDENCIÓN DE LOS VILLANOS
Suele decirse que la categoría de un héroe viene calibrada por la entidad de sus antagonistas, de tal manera que cuanto más temible es el villano, la proeza del adalid de la Justicia será mayor. ¿Qué sería acaso de Superman sin Lex Luthor o Brainiac; de Capitán América sin Cráneo Rojo; de Batman sin Joker o Bane; de Spiderman sin Duende Verde; o de Daredevil sin Wilson Fisk? En ese sentido, el paso de la Silver Age a la Edad Oscura de los cómics USA a mediados de los años 80 fue un paso determinante en la consolidación de los “chicos malos”, incluidos los “buenos” quienes sufrían una evolución hacia la ambigüedad moral en una amarga —y trágica, en algunos casos— travesía por su “lado oscuro”.
Así, en plena era post-crisis en DC-Comics aparece la versión actual —concretamente en Legends nº 3, publicado en enero 1987, creado por John Ostrander con guión de Len Wein y dibujo de John Byrne— de Escuadrón Suicida, un equipo metahumano conformado por villanos encarcelados bajo las órdenes del gobierno de los Estados Unidos, ejecutando misiones de alto riesgo a cambio de conmutar parte de sus condenas. La película de David Ayer supone la traslación fílmica de la encarnación más moderna, formada por personajes como Deadshot, Harley Quinn, Capitan boomerang, The Devil y Killer Frost, tras los acontecimientos de Flashpoint y el reinicio del Universo DC con Los Nuevos 52. La citada cabecera ochentera supuso un serio intento por dotar de mayor calado dramático y de solidez psicológica a unos personajes que antaño habían sido una simple caricatura, una comparsa del paladín de turno.
Escuadrón Suicida había despertado una enorme expectación al pretender ser el lado gamberro, cínico y desmitificador de la ficción cinematográfica superheroica de DC, similar al creado por su competidora Marvel con Deadpool (2016). Pero el tiro le ha salido por la culata. El motivo de la decepción ha sido doble: por una parte, resulta mucho menos transgresora de lo anunciado; por otra, su falta de relevancia dentro del llamado DC Extended Universe.
El film parece haber sido concebido en los despachos de los gerifaltes de la Warner Bros porque apenas se vislumbra afecto ni conocimiento previo de lo que se habla. Los anti-héroes son planos como el papel de fumar, sin carisma ni alma —ni siquiera humanizándolos con brochazos de sentimentalismo—, echándose en falta los matices de sus orígenes gráficos. Ninguno, ni siquiera los encarnados por Will Smith o Margot Robbie, logran ser lo suficientemente significativos para justificar la previsible próxima entrega. Jared Leto fracasa estrepitosamente a la hora de dar vida a una versión macarra del Joker, provocando la nostalgia de un pasado mejor que jamás volverá de la mano de Jack Nicholson y de Heath Ledger. Y de juzgado de guardia ha sido la naturaleza del conflicto que justifica las dos horas de metraje: una bruja malvada pretende destruir a la humanidad e imponer su autoridad. Un cuento tan manido como plomizo sirve de escenario para, se supone, presentar nuevos personajes y crear una siniestra sitcom a su alrededor, con tres o cuatro alusiones a los superhéroes de la Liga de la Justicia. Una lástima.
Eso sí, Escuadrón Suicida cumple con los requisitos propios de una superproducción superheroica perteneciente a un gran estudio: un generoso presupuesto y numerosas caras conocidas del star-system dan como resultado un sólido producto industrial visualmente apabullante, con un ritmo creciente, con acción a raudales y un final gratificante. Misión cumplida.
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