(1) CUERPO DE ÉLITE, de Joaquín Mazón.

LOCA ACADEMIA DE ESPÍAS
La comedia costumbrista hispana dio un gran impulso con Ocho apellidos vascos (2014), auténtico fenómeno sociológico, al burlarse de los tópicos regionales con insólito desparpajo en un retrato satírico de las esencias identitarias de dos zonas antitéticas de España: Andalucía (Sur) y el País Vasco (Norte). A rebufo de su éxito el mismo equipo realizó una secuela, Ocho apellidos catalanes (2015), parodiando en esta ocasión la cultura catalana en pleno desafío soberanista, ya sin la lucidez ni la agudeza de su predecesora.
Afirman los responsables de Cuerpo de élite —Adolfo Valor y Cristóbal Garrido, tándem de guionistas que se dio a conocer con Promoción fantasma (2012)— que su concepción se produjo antes de la saga de Emilio Martínez-Lázaro, pero resulta inevitable evocarla por el recurso al sempiterno pique autonómico. Pero aquí se añade una vuelta de tuerca al género de acción, subsección de espionaje, con el protagonismo de un comando secreto de estrafalarios agentes procedentes de diversos puntos del país: una guardia civil andaluza, un mosso d’esquadra barcelonés, un agente de movilidad madrileño, un ertzaintza y un miembro de la Legión de nacionalidad ecuatoriana que destaca por su devoción a la Madre Patria. Parece un chiste… y lo es.
El caso es que el ministro del Interior —un tal Boyero para más señas, interpretado con soltura por un siempre gracioso Carlos Areces— les encarga la misión de detener a un supuesto terrorista que ha robado una bomba de las que se extravió en Palomares en la década de los 60 del siglo pasado. Los protagonistas, cada cual más excéntrico, se entrenarán duramente, forjando el espíritu de equipo necesario para alcanzar el objetivo. Todo ello, por descontado, desde el prisma del humor más burdo y rudimentario.
Ese es, probablemente, el principal defecto de Cuerpo de élite. Salvo un par de afortunados gags elaborados a fuego lento, el film encadena una sucesión de ocurrencias y payasadas que parecen fruto de la improvisación y no de un guion coherente y compacto. Además, el proceso de adiestramiento de los agentes se hace largo como un día sin pan y la resolución del caso se solventa forzada y precipitadamente. El resultado: un efímero y liviano entretenimiento que no aporta lustre al cine patrio.
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