(3) 1944, de Elmo Nüganen.

ESTONIA EN LA ENCRUCIJADA
De Elmo Nüganen (Johvi, 1962), un prestigioso y galardonado actor, director y profesor del cine y del teatro estonios, sólo tenía noticias por el anuncio en 2009, en tres ocasiones, del pase de una película suya en la TV catalana: Nombres de mármol (2002), sobre la difícil y conflictiva independencia del país (1918-1920) tras la I Guerra Mundial.
Ahora se estrena un magnífico film, candidato al Oscar 2016, centrado también en Estonia, el pequeño país del norte europeo situado entre Rusia y Letonia cuyos escasos 45.200 km. cuadrados de superficie no han evitado que su larga historia haya constituido una continua sucesión de ocupaciones extranjeras, luchas independentistas y cortas etapas de libertad, aunque en esta ocasión el relato abarque únicamente sucesos acaecidos entre 1940 y 1944: la invasión soviética tras el tratado Stalin-Hitler, la ofensiva y conquista nazi y la ocupación comunista que convirtió a la nación, tras la victoria aliada, en una república federada dentro de la URSS. Sólo en 1991 logró la plena autonomía y actualmente forma parte de la Unión Europea.
Más que una típica y tópica película de guerra —sangrientas batallas, soflamas patrióticas, personajes esquemáticos, ideologías panfletarias y propagandística manipulación de los sentimientos—, el film 1944 se limita a utilizar la II Guerra Mundial como marco de un drama colectivo de alcance esencialmente humanista y pacifista con la constante presencia de la muerte, lo que hace de ella un alegato anti-bélico que reivindica sobre todo —mediante una voz que habla desde el presente— la identidad nacional, la soberanía popular y el necesario recuerdo de unas masacres que nunca deben repetirse.
La lucha violenta —mostrada escuetamente pero con toda su dolorosa crueldad— está aquí tratada como una tragedia colectiva, la que supuso el forzoso enfrentamiento entre los propios ciudadanos estonios obligados por las potencias beligerantes a enrolarse como soldados en sus respectivos ejércitos.
La complejidad conceptual y la carga emocional del film son considerables. Los dos protagonistas, cada uno combatiendo en un bando opuesto —el ruso y el alemán—, materializan de forma metafórica el drama de un país desgarrado y desangrado que no quiere ni debe olvidar un conflicto del que sólo fue víctima y nunca verdugo. Cierto es que la condena del estalinismo parece alzarse con más vigor que la del nazismo. La razón seguramente estriba en que para el Kremlin los estonios —sojuzgados por unos o por otros— siempre fueron unos derrotados, nunca unos vencedores.
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