(1) MI PANADERÍA EN BROOKLYN, de Gustavo Ron.

EMPALAGOSAS PERIPECIAS SENTIMENTALES
El título de la presente película puede llevar a confusión, porque Mi panadería en Brooklyn no trata, ni siquiera tangencialmente, sobre el mundo de la gastronomía en general o de la repostería en particular. La tienda en cuestión es un simple escenario donde se ubica la verdadera trama argumental del relato: las andanzas sentimentales de dos jóvenes que heredan una panadería a punto de ser embargada. De hecho, el famoso barrio neoyorkino apenas aparece salvo en contadas escenas sirviendo de marco incomparable para el romance y no tanto como el hábitat cotidiano de los personajes. Ese es, pues, el primer defecto de la película: el emplazamiento de la historia es un decorado y se nota, perdiendo ya el tono realista que aporta solidez y credibilidad a los hechos narrados.
En segundo lugar, si bien se aprecia el esfuerzo y el cariño del realizador por configurar una comedia romántica de portes clásicos, el resultado evidencia los lastres de un cine “de guión” definido en términos peyorativos: no es exagerado decir que todo parece artificioso. La culpa la tiene un guión omnipresente, que constriñe a los personajes y los lleva a decir y a comportarse de una manera mecánica y predecible, echando en falta que éstos actúen y se interrelacionen con espontaneidad y naturalidad. Los conflictos —evitar el cierre y pérdida del negocio, las discrepancias entre las primas a la hora de diseñar la estrategia a seguir para salvarlo—, así como los procesos psicológicos y emocionales —relaciones afectivas—, evolucionan de manera arbitraria y sin gradación. El éxito comercial llega por arte de magia, sin un aprendizaje previo o un esfuerzo que haga madurar a las protagonistas. Ni qué decir que los personajes son planos y carecen de matices o claroscuros, son meros arquetipos alejados de toda tridimensionalidad.
Mi panadería en Brooklyn es, por tanto, una obra menor que puede servir como efímero pasatiempo, un sencillo divertimento que no trasciende como otros títulos que se sirven de la temática culinaria como metáfora de los sentimientos y las siempre complejas relaciones humanas, como las recomendables El festín de Babette (1987) y Un toque de canela (2003). La película de Gustavo Ron estaría más cerca de Tomates verdes fritos (1991) y Como agua para chocolate (1992). Sacian, pero no alimentan.
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