(4) FRANCOFONÍA, de Alexander Sokurov.

EL LOUVRE BAJO LA OCUPACIÓN NAZI
De la amplia producción fílmica del ruso Alexander Sokurov sólo hemos podido conocer una mínima parte. Una de las dos películas que nos llegaron —aparte de Aleksandra (2007)— fue El arca rusa (2002), un documental de arte sobre el museo L´Hermitage de San Petersburgo que mostraba sus numerosos tesoros artísticos mediante una cámara que recorría sus incontables salas rodando (aparentemente) un único plano en un interminable travelling. Su enorme belleza y originalidad nos dejaron anonadados.
Ahora, con Francofonía, Alexander Sokurov retoma el género para abordar la situación de El Louvre durante la ocupación nazi de París (1940-1944) pero lo hace de una forma totalmente creativa: no se trata de un mero reportaje sino que el discurso fílmico conlleva una intencionada manipulación tanto formal como conceptual —por ejemplo, la metáfora del barco cargado de obras de arte en medio de la tempestad, los orígenes militares del edificio o la decisión napoleónica de instalar allí un museo con las más valiosas colecciones— y lo lleva a cabo recurriendo a diversos procedimientos, desde el rodaje actual a la exhibición de cuadros del XIX con imágenes del primitivo museo o desde la manipulación de los planos modernos —reconstrucción de escenas mediante actores, banda de sonido lateral visible, etc.— al uso de antiguos materiales de archivo. Todo ello con empleo de imágenes en color, en blanco/negro y de un gris obtenido a partir de un cromatismo digitalmente desvaído.
Esta coproducción entre Francia, Alemania y Holanda —hablada en francés y alemán además de un comentario ruso en off— está abierta a múltiples reflexiones, una de ellas sobre las relaciones entre arte, poder y guerra, conceptos al parecer antagónicos pero que aquí se armonizan no sólo por las escenas bélicas representadas en muchos cuadros sino por la llamada a la fraternidad que supuso la colaboración entre dos enemigos para salvar un patrimonio cultural de valor incalculable, conocida ya la trágica pérdida de obras maestras destruidas definitivamente en el pasado.
En este sentido, el trabajo compartido entre el director de El Louvre Jacques Jaujard —delegado por el mariscal Pétain y repescado luego por De Gaulle— y el oficial alemán conde Franz Wolff Metternich fue muy positivo. Las mejores piezas del museo parisino ya se habían escondido y protegido en los sótanos de los castillos del valle del Loira —similar evacuación se había efectuado en El Prado en 1936, que luego fue bombardeado por la aviación de Franco—, antes de que el delegado nazi desobedeciera las órdenes de Berlín de saquear el patrimonio cultural francés y trasladarlo a territorio del III Reich, siendo por ello destituido en 1942.
Una idea básica recorre el metraje del film: la enorme importancia de los museos como espacios privilegiados destinados a combatir el destructor paso del tiempo con el fin de dejarnos en herencia el legado de las más logradas creaciones artísticas de la Humanidad.
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