(2) MI HIJA, MI HERMANA, de Thomas Bidegain.

EL YIHADISMO EN CLAVE DE WESTERN
Thomas Bidegain era ya conocido como guionista de Jacques Audiard —Un profeta (2009) y De óxido y hueso (2012)—. Ahora debuta en la dirección este cineasta de origen vasco (¿francés?) aprovechando recuerdos de infancia, cuando los ciudadanos de su pequeño país eran considerados como “indios” por muchos habitantes del resto del estado. Esa es la razón principal de que el film se titule en versión original «Los cowboys», cuya trama mezcla elementos del Oeste americano —la fiesta country y los ganaderos vestidos de vaqueros en las verdes praderas del valle del Ródano— con una sucinta historia del yihadismo, entre 1994 y 2011, desde la desaparición de una adolescente francesa con su novio inmigrante musulmán hasta la creación del Estado Islámico tras la muerte de Bin Laden.
Premiado en el festival de Deauville, el film asume conscientemente los esquemas argumentales de Centauros del desierto (John Ford, 1956) y de Hardcore: un mundo oculto (Paul Schrader, 1978). En uno y otro caso el protagonista, un familiar, busca incesante y obsesivamente a una muchacha secuestrada internándose en ambientes hostiles y peligrosos: las tribus de los primitivos indígenas americanos y el oscuro negocio del porno y la prostitución, respectivamente.
Con grandes saltos espacio-temporales, la película es básicamente —con el carácter itinerante del western— el relato de los viajes de un padre y de su hijo por diversos países del mundo —el rodaje también se hizo en la India— para localizar y recuperar a su hija / hermana, que en esta ocasión se fugó voluntariamente por amor, aunque también es la descripción del progresivo deterioro de las relaciones familiares por culpa de la rígida mentalidad paterna que —paradójicamente— acaba asumiendo el hijo tras contemplar los terribles atentados de Al Quaeda en Nueva York, Madrid y Londres.
Cierto es que Thomas Bidegain ha evitado emitir juicios morales esquemáticos sobre los personajes, sobre unas conductas al límite que comparten la angustia y la furia vengativa de Clint Eastwood en Sin perdón (1992). Pero también resulta patente que la peripecia personal de la familia es contemplada con una mirada lastrada por la parcialidad, eludiendo la intervención de la policía y de los servicios diplomáticos. Mi hija, mi hermana no me parece, pues, una película plenamente lograda: al guión le falta la necesaria coherencia narrativa, la historia va diluyéndose con el paso del tiempo y las motivaciones de los protagonistas carecen de la suficiente profundidad.
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