(2) CAPITÁN KÓBLIC, de Sebastián Borensztein.

LOS VUELOS DE LA MUERTE
El realizador argentino Sebastián Borensztein cursó estudios de comunicación audiovisual y trabajó en series de TV antes de debutar en el largometraje con dos filmes que aquí desconocemos: La suerte está echada (2005) y Sin memoria (2010). Su tercer título llegó a nuestras pantallas, tuvo una buena acogida comercial y ganó un premio Goya: Un cuento chino (2011), protagonizado ya por Ricardo Darín.
Ahora se estrena entre nosotros su cuarta película, pero Capitán Kóblic no está a la altura de la anterior pese a combinar una trama de ficción —un oficial de aviación que deserta y se esconde en medio de la Pampa, donde su pasado le acarrea problemas— y el contexto histórico de la dictadura militar (1976-1983), que eliminó a muchos disidentes políticos arrojándolos al mar, previamente drogados, desde los aviones.
Ricardo Darín es el protagonista que, en 1977, se debate moralmente entre su papel de traidor a un sistema con el que ha colaborado y su voluntad de vivir honradamente enfrentándose a unas leyes injustas que no respetan los derechos humanos. El arrepentimiento y la redención personal adquieren aquí formas de thriller, un género narrativo que necesariamente debe recurrir a las muertes violentas.
Lo que falla en la película es el guión, carente del exigible rigor y repleto de lugares comunes como la historia de amor, los celos —¿incestuosos?— del amante, la perfidia del comisario de policía y el cinismo de los oficiales de la Armada además de la accidentada huida final del protagonista. Lo cierto es que la mayoría de militares argentinos eran ultra-conservadores y —como en Chile y otros países— se limitaron a seguir las consignas emanadas de Estados Unidos de limpiar el continente americano de rojos subversivos, en cuyo cumplimiento siempre podrían alegar la “obediencia debida” a sus superiores. El capitán Kóblic se convierte, no obstante, en un héroe positivo guiado por sus principios éticos.
Completan el reparto dos buenos intérpretes como son Óscar Martínez —cuñado, por cierto, del director— y la española Inma Cuesta, que aprendió a utilizar con propiedad el acento argentino en sus breves diálogos.
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