(2) BUSCANDO A DORY, de Andrew Stanton y Angus MacLane.

MEMORIA DE PEZ
La antropomorfización ha alcanzado en la animación USA un grado de refinamiento realmente sorprendente. Pocas cinematografías han logrado conferir a animales y objetos tanta humanidad como la estadounidense, y más concretamente la factoría Disney que la ha erigido en uno de sus sellos característicos. Además, lo que antes eran personajes totalmente anecdóticos que ejercían de mera comparsa junto a los protagonistas “humanos” ahora asumen todo el protagonismo: desde Steamboat Willie (1928), primer cortometraje animado de Mickey Mouse; pasando por Dumbo (1941) y Bambi (1942); hasta El rey león (1994) y Ratatouille (2007), son décadas de perfeccionamiento alcanzando la excelencia en la destacable Buscando a Nemo (2003), un entretenido y emotivo relato lleno de aventuras en el que Marlin, un pez payaso que habita un coral australiano, busca a su hijo desaparecido con la ayuda de Dory, un pez cirujano que sufre pérdida de memoria a corto plazo, en un viaje iniciático en el que conocen una nutrida fauna de excéntricos peces y crustáceos.
Tal fue el carisma y el cariño surgido en torno a Dory que, 13 años después, aparece una secuela que no es sino un spin-off de aquel desmemoriado pez. Y no es fácil contar una historia con un protagonista discapacitado, pues es frecuente caer en una bufonada políticamente incorrecta o en su contrario, un encomio épico desbordado de paternalismo. En general, la película logra una calculada equidistancia con la que describe el proceso de madurez de Dory, aceptando sus limitaciones y aprendiendo a sobrellevarlas de la mejor manera posible.
Quizá uno de sus peores defectos sea que Buscando a Dory resulta un calco de su predecesora, imitando la estructura de aquella —nuevamente se trata de la búsqueda de un ser querido perdido, con todos los trances consustanciales—, pero nos encontramos ante una pequeña pieza de orfebrería en el que todos sus elementos están ensamblados con armonía: una filigrana técnica sustentada en un guión cargado de divertidas escenas, narrado con un ritmo progresivo, sazonado de avispados clímax emocionales y una destacable galería de nuevos personajes, encabezada por un pulpo rojo gruñón pero de buen corazón llamado Hank. Este sujeto protagoniza, sin duda, los diálogos más cómicos y mordaces del film siendo la réplica perfecta de Dory.
Es cierto que Walt Disney Pictures suele pecar de ñoñería y exceso sentimental, pero su filial Pixar añade aquí un tono más elevado y desenfadado, dando forma de cuento amable el mensaje habitual del estudio: la aceptación del diferente, el reconocimiento del potencial individual y el elogio de la amistad/familia como relación básica de convivencia feliz. Andrew Stanton —realizador de Bichos, una aventura en miniatura (1998), Buscando a Nemo (2003) y Wall•E (2008)— y Angus MacLane, los codirectores, han sabido manejar los resortes psicológicos para insuflar tristeza y felicidad, miedo y valentía, debilidad y fuerza a una historia que habla ni más ni menos de la complejidad de la vida adulta.
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