(1) SI DIOS QUIERE, de Edoardo Mª Falcone.

EL CATOLICISMO PUESTO AL DÍA
En su debut como realizador, el guionista Edoardo Mª Falcone ha dispuesto de un buen reparto de intérpretes, ha cosechado varios premios en festivales y ha logrado un gran éxito económico. En el eje del relato se halla la religión católica, en torno a la cual giran las peripecias de un familia formada por un cardiólogo autoritario y ateo, un estudiante aspirante al sacerdocio, una esposa insatisfecha y una hija irresponsable. Pero ya no estamos en los tiempos de La señora de Fátima (Rafael Gil, 1951) o de Marcelino pan y vino (Ladislao Vajda, 1954), cuando la religiosidad nacional-católica se traducía en tremebundos folletines rebosantes de piedad y de misticismo.
Ahora, en tiempos del papa Francisco, hay que ponerse al día presentando los asuntos espirituales de un modo más humano y divertido: los curas son ya gente joven, guapa y vestida de paisano —en este caso, además, el clérigo es un antiguo delincuente reconvertido—; las sesiones de catequesis son informales, presididas por el buen humor y, con frecuencia, acompañadas de canciones y guitarras —el estilo lo inventó Escrivá de Balaguer para el Opus Dei—; el lenguaje utilizado es campechano, popular y desenfadado aunque referido a los trascendentes misterios habituales; las chanzas y las bromas siempre acaban alabando a un ser supremo lleno de amor por los hombres; el ambiente rebosa fraternidad y camaradería…
Las tesis siguen inmutables pero ahora revestidas con un ropaje contemporáneo, simpático y muy asequible, sin que sesudas disquisiciones filosóficas o teológicas vengan a abordar en profundidad la cuestión de la fe, la relación del hombre con ese adorado padre eterno que tanto nos ama.
Pero si la película me ha decepcionado no es por defender con sutileza ortodoxas tesis religiosas ya conocidas sino por tramposa y superficial: su guión está lleno de trucos, sorpresas y recovecos gracias a los cuales cualquier situación y reacción personal son posibles. A esto algunos lo llaman divina providencia o el espíritu sopla donde quiere. Es cierto que esta comedia rehuye la tosca comicidad y la torpe caricatura para adoptar una seriedad de fondo que la haga, a la vez, más trascendente y asequible sin que se note demasiado. Y todos los conflictos —salvo el del cura, paradójicamente— se resuelven satisfactoriamente al final. Lo dicho: una cuestión de misterio y de fe.
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