(0) DIOSES DE EGIPTO, de Alex Proyas.

SUPERHÉROES DE LA ANTIGÜEDAD
Gracias al espectacular desarrollo infográfico de los últimos años, los géneros más alejados de lo que llamamos “realidad” —aventuras, ciencia-ficción, fantástico— están atravesando cierta época de esplendor, proliferando nuevas versiones de los clásicos relatos literarios o cinematográficos. Lo mismo pasa con el neopéplum, concebido actualmente como un cajón de sastre en el que cabe absolutamente todo, eso sí contextualizado en la época greco-latina o similares.
Sin embargo, lo paradójico es que, cuando más efectismo digital se le añade a una película, menos verosimilitud manifiesta. No me acaba de convencer el uso constante de la virtualidad porque, a pesar del hiperrealismo alcanzado, la tecnología no consigue plasmar la imperfección de lo “real”, siendo inevitable esa sensación de incredulidad a pesar de los esfuerzos por conectar con la historia y con los personajes. En definitiva, de creernos lo que nos están contando.
Sin duda, la segunda trilogía de Star Wars pero especialmente 300 (2006) de Zack Snyder supusieron un punto de inflexión en la sustitución de los escenarios de cartón-piedra por un simple chroma-key en el que los actores interactúan con personajes y fondos creados artificialmente. El resultado ha sido un cine visualmente apabullante pero con una empobrecedora estética de videojuego. Aquellas películas de antaño, como Jasón y los argonautas (1963) o Furia de titanes (1981) suelen provocar ya en mi generación más fascinación que Furia de titanes (2010) e Ira de Titanes (2012), por poner dos ejemplos. La comparación se hace más odiosa si además analizamos las diferencias narrativas de estos films, pues el exceso digital también ha tenido consecuencias en el terreno del lenguaje cinematográfico y en la manera de contar historias. Pero ese es otro tema.
Resignados, pues, al infantilismo que abunda en la ficción actual y a la retahíla de convencionalismos que afligen al género, los amantes de la aventura ubicada en épocas antiguas, donde las creencias y supersticiones cobraban vida y convivían con la más prosaica cotidianidad, asistimos decepcionados ante esta tendencia hollywoodiense a la espectacularidad vacía, a la pomposa nadería conceptual. Dioses de Egipto usa como mera excusa la prolífica mitología egipcia para narrar la improbable peripecia de un simple mortal que se mueve entre una cruenta guerra de dioses paganos reciclados a modo de superhéroes arcaicos, los tatarabuelos de los actuales Superman y Batman, Capitán América e Iron Man. Un revoltijo de mitos y leyendas al servicio de una discreta superproducción que no alcanza la entidad de los citados clásicos imperecederos.
Y eso que firma Alex Proyas, responsable de El cuervo (1994) y Dark City (1998), entonces una promesa del cine de género que aunaba comercialidad y pretensiones de trascendencia. Lo dicho, una decepción.
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