(3) LA BRUJA, de Robert Eggers.

SINIESTRO CUENTO DE TERROR
Hastiado de tanto relato de terror ambientado en la época contemporánea —no casan bien los fantasmas, los vampiros y los licántropos en plena era del móvil, el GPS, el coche, las armas de fuego, Internet, etcétera—, recibo entusiasmado cualquier película que respete el contexto original en el que surgieron esos carismáticos e imperecederos monstruos que desde tiempos inmemoriales han estimulado la imaginación del ser humano. Y con más motivo el presente film de Robert Eggers, una angustiosa y sobrecogedora aproximación a la figura mitológica de la bruja ubicada en una época de ignorancia y superstición. Este personaje alcanzó su mayor popularidad durante el Medievo, dilatando su predominio durante los siguientes siglos de fanatismo religioso que se cultivó en Europa y, por extensión, en los Estados Unidos de América durante su colonización.
Es allí, precisamente, donde llevadas por los emigrantes puritanos instalados en Massachusetts, proliferaron en un clima de efervescencia religiosa que provocó episodios tan vergonzosos como los Juicios de Salem, auténtica caza de brujas que se basó básicamente en simple rumorología, en falsas denuncias de brujería entre vecinos que solucionaban así disputas domésticas y envidias personales.
Asumiendo como verosímil la existencia de este personaje de la mitología pagana, La bruja es un retrato mágico revestido con soportes realistas que describe una Nueva Inglaterra indómita y asilvestrada de principios del siglo XVII, recientemente poblada por unos pioneros huidos del viejo continente por su visión extremista de la fe. Un matrimonio con sus cinco hijos se traslada a vivir cerca de un bosque que, según las creencias populares, está dominado por un mal sobrenatural. Cuando el hijo recién nacido desaparece y los cultivos no crecen, los miembros de esta familia empiezan a comportarse de forma extraña, enfrentándose unos a otros.
El film sorprende positivamente, superando con creces las habituales producciones hollywoodienses. Y lo hace aunando personalidad de autor, creatividad formal y extraordinario manejo del suspense con un explosivo clímax final que desata el horror. Lejos de los típicos sustos y de un frenético montaje tramposo que manipula al espectador, La bruja transmite abundante desasosiego gracias a una abrumadora atmósfera que combina misticismo y exaltación religiosa a partes iguales, una fotografía turbia y lúgubre que se inspira en la pintura flamenca en lo referido a la plasmación del paisaje y un ritmo inusualmente denso y pausado.
Sin embargo, lo mejor de La bruja es su buscada ambigüedad sobre la verdadera naturaleza de la tragedia. El elemento sobrenatural no aparece de forma explícita hasta el desenlace de la película. Hasta entonces todo puede ser resultado del clima asfixiante y devoto de la familia, añadido al miedo a lo desconocido, a una tierra extraña e inhóspita que son incapaces de domesticar.
Brillante y aterradora opera prima de Robert Eggers, La bruja indaga en los orígenes ancestrales del mal; los miedos más instintivos y primitivos; y la barbarie manifestada en nombre de la religión o como excusa de ella. Abundan en el relato inquietantes secuencias dotadas de significación: la súbita desaparición del bebé mientras la protagonista juega con él; la seducción del hermano menor por parte del ente maligno; la lactancia sanguinolenta de la madre en medio del delirio; la presencia perturbadora del macho cabrío… y una escena final, que yo habría descartado por redundante, en la que Thomasin se deja arrastrar por la presencia maléfica asistiendo a un aquelarre de brujas poseídas por el mismo demonio.
El terror se desenvuelve mejor en su contexto primigenio. Es mucho más verosímil e impactante. Este relato lo demuestra.
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