(2) MADAME MARGUERITE, de Xavier Giannoli.

UNA NOCHE EN LA ÓPERA
El malogrado Fernando Argenta, de tarde en tarde, incluía en su famoso programa de RNE Clásicos populares alguna aria de ópera interpretada por una cantante que desafinaba terriblemente, hasta el límite de la mayor ridiculez y de lo absolutamente grotesco. Se trataba de una millonaria estadounidense llamada Florence Foster Jenkins que organizaba frecuentes veladas lírico-benéficas y que pudo permitirse el capricho de pagarse la grabación de algunos discos en los años 40 del siglo pasado.
Del cineasta francés Xavier Giannoli sólo nos han llegado dos discretas películas —Chanson d´amour (2006) y Crónica de una mentira (2009)— y la escucha casual de una de aquellas grabaciones por radio le proporcionó la inspiración para desarrollar una historia de ficción con abundantes elementos de creación propia aunque a partir de la personalidad original de la estrafalaria aspirante a “diva”.
Madame Marguerite es un film recompensado con numerosas nominaciones y premios —a mi entender, excesivos— y se sustenta en gran medida en la acertada labor de la actriz Catherine Frot, aquí en el papel de Marguerite Dumont, una rica dama francesa casada con un barón arruinado y vividor, que en 1921 lleva su pasión por la ópera a sus más delirantes extremos. Pero su selecto auditorio hacía como que no notaba lo mucho que desafinaba su generosa anfitriona, una coleccionista de partituras y de piezas originales, ya sea por simple educación, por solidaridad” de clase” social o por interés —fiestas, contratos, condumios, etc.—. En este punto es donde estimo que la película parece algo forzada.
Quizá inspirado en la actriz Margaret Dumont, la elegante y digna señora objeto de bromas y burlas por parte de los corrosivos hermanos Marx, el personaje de Marguerite de este film no se da cuenta de sus propias limitaciones cantoras por culpa de su patológica personalidad, de una especie de locura que la hace vivir en un mundo imaginario, irreal, fabricado a su gusto y conveniencia.
Ni que decir tiene que la banda sonora contiene fragmentos de obras maestras de la ópera y del sinfonismo, especialmente de los periodos barroco y romántico, y que Xavier Giannoli se ha permitido utilizar numerosos elementos sacados de otras películas y contextos: las visitas de Chaplin a París, el criado negro que parece una copia del mayordomo Erich von Stroheim de El crepúsculo de los dioses (Billy Wilder, 1950), el maduro tenor gay que imita las refinadas maneras de OscarWilde, etc.
La grandeza melodramática del final, cuando todo el delirio de la protagonista de desvanece al escuchar su propia voz en el gramófono, es la culminación de una vida asumida como una nueva versión del cuento de H. C. Andersen El traje nuevo del emperador, donde todo el mundo finge no ver que el poderoso señor va en realidad desnudo.
Y, sobre todo, el film constituye un terreno lleno de posibilidades por el contraste entre el acartonado mundo burgués con su “buen gusto”, tan refinado como convencional, y toda la frescura e imaginación de las vanguardias del momento, especialmente el Dadaísmo (1916-1922) con toda su fuerza provocativa contracultural. Aunque, en este sentido, prefiero la ironía, sutileza y fantasía de Midnight in Paris (Woody Allen. 2011).
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