(2) EFRAÍN, de Yared Zeleke.

EL NIÑO Y EL CORDERO
El escaso cine africano que llega a nuestras pantallas, incluyendo el premiado en festivales y el realizado por algunos destacados cineastas de ese continente, hace que el estreno de Efraín constituya un raro acontecimiento entre nosotros pese a que, anunciada como etíope, su producción sea en realidad europea debido a la falta de medios económicos y a la inexistencia de infraestructura industriales adecuadas en el país retratado. Exhibida en el pasado festival de Cannes y paseada por numerosos certámenes más, Efraín evoca —según algunos comentaristas— al Neorrealismo italiano, seguramente por mostrar la vida cotidiana, por utilizar exteriores e interiores naturales y por la presencia de actores no profesionales.
Cierto es que el film constituye un testimonio apabullante de lo difícil que resulta la supervivencia en una de las naciones más pobres del mundo, con imágenes que nos lanzan al rostro la sequía, el hambre, la forzosa emigración a la gran ciudad (Addis Abeba), las familias descompuestas, los niños abandonados, el tradicionalismo de las costumbres, la arraigada religiosidad cristiana (ortodoxa) y musulmana… una realidad que tiene como telón de fondo, eso sí, unos bellos paisajes de elevadas mesetas y montañas.
Si se recurre a la oportuna documentación como necesario complemento informativo de lo que la película enseña, veremos que Etiopía es una república federal de 1.300.000 km2, más de 77 millones de habitantes, una esperanza de vida de 49 años y una renta media per cápita de 252 dólares anuales, unos 0´66 euros al día. Las intenciones son, pues, magnificas pero lo malo es que el film tiene bastante de realismo prefabricado, de melodramático exotismo, de forzado lirismo y de calculada ingenuidad. Aunque lo peor es la sensiblera relación entre niño y animal, un cordero en este caso, de la que tantas películas han abusado, condenándolas a no superar la mediocridad.
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