(3) LA HABITACIÓN, de Lenny Abrahamson.

EL MUNDO DE AHÍ FUERA
Del irlandés Lenny Abrahamson (Dublín, 1966) guardaba un buen recuerdo de su interesante Garage (2007) y ahora nos llega La habitación, una realización con guión de Emma Donoghue que ha adaptado su propia novela homónima publicada en 2010 e inspirada en dos casos reales acontecidos en Austria. Galardonada con multitud de premios —entre ellos el reciente Oscar a la actriz Brie Larson, que rivaliza con el excelente trabajo interpretativo del pequeño Jacob Tremblay en los principales papeles—, la película nos remite, en cuanto a algunas similitudes argumentales, tanto a El coleccionista (William Wyler, 1965) como a El pequeño salvaje (François Truffaut, 1969), aunque la compleja profundidad del film de Lenny Abrahamson proceda del contraste entre los dos bloques narrativos en que se estructura.
La primera parte combina elementos del thriller con la fábula filosófica —el mito de la caverna de Platón, donde los hombres sólo son capaces de ver las sombras como reflejo del mundo exterior—, con una pequeña cabaña donde permanecen largos años secuestrados una joven y su hijo de cinco años, presunto resultado de una violación. La segunda mitad, en clave de drama realista, nos muestra a los prisioneros ya libres viviendo en un mundo real que el pequeño desconoce y que ella encuentra muy cambiado. En este bloque se despliegan diversos temas: la paulatina socialización del niño, lo que llamamos educación, al entrar en contacto con otras personas; el desvelamiento del trauma personal de la madre, con su forzada pero asumida maternidad; la dificultad de gozar de una plena independencia por la responsabilidad de tener que elegir entre diversas opciones, así como la superación de la amenaza del “complejo de Edipo” al tener que diversificar el hijo sus relaciones afectivas.
El pequeño Jack asume, en su mayor parte, el punto de vista narrativo, compartido en ocasiones con una cámara “objetiva” y con voces en off, lo que explica ciertas peculiaridades del relato como son la ingenuidad, la falta de experiencia y de racionalidad del niño además de la ausencia elíptica de relaciones sexuales entre su mamá y el secuestrador. Con una puesta en escena impecable —ritmo, planificación, tonos expresivos, matices en la mirada, etc.— y con la rigurosa construcción de los personajes —la infancia con sus juegos y fantasías; la maternidad con las pulsiones de afecto y de protección pero también de temor—, la película nos muestra las múltiples facetas y la conflictividad de la vida cotidiana frente a la monótona pero segura existencia del prisionero, sólo preocupado por su supervivencia. De ahí la relatividad de las ideas, los valores y los sentimientos que configuran la identidad de los individuos, dependientes de las características de su particular nicho existencial y de su contexto social. En ese micro-mundo enclaustrado, la chica ha perdido su juventud y su capacidad de elección mientras el niño sólo conoce los pocos objetos que le rodean y, sobre todo, el cariño de su madre.
Desde el anonimato, la pareja protagonista pasa a ser el centro de atención de los medios (prensa, radio y TV) y esa falta de privacidad les convierte en objeto de la morbosa curiosidad general y motivo de desprecio para las mentes puritanas además de provocar la incomodidad en los abuelos. La visita final, desde la libertad, a “la habitación” sirve de colofón a la historia, convierte el trauma en doloroso recuerdo en vías de superación y permite cicatrizar las heridas recibidas.
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