(3) BROOKLYN, de John Crowley.

CORAZÓN PARTIDO
Del cineasta irlandés John Crowley —de procedencia teatral y afincado en Inglaterra— sólo conocíamos su discreto debut en Intermission (2003) y ¿Hay alguien ahí? (2009) tras su salida al mercado en formato DVD. Ahora se estrena la reciente Brooklyn, adaptación por el guionista Nick Hornby de la novela homónima de Colm Toibin, que ha vertido en sus páginas muchas de sus propias experiencias. El film narra la marcha a Brooklyn de Eilis Lacey, una jovencita de un pueblo irlandés que busca en Estados Unidos una oportunidad de mejora laboral, siendo auxiliada por un sacerdote de su misma nacionalidad establecido en Nueva York. En la gran ciudad la chica no sólo logra un trabajo y labrarse un porvenir sino madurar y pasar de adolescente a mujer, encontrar un amor e incluso casarse civilmente en secreto.
El núcleo dramático del relato se centra en el dilema moral, profesional y afectivo de la protagonista, que debe optar entre quedarse a vivir en América o regresar a su tierra, llena de viejas tradiciones, para cuidar a su madre, ahora viuda y sola. Antes ya había tenido que pasar por el duro trance de la emigración, que significa la posibilidad de mejora económica pero también de incierta aventura además de la necesidad de adaptarse a nuevas costumbres y mentalidades, un proceso de ruptura con las raíces casi siempre aparejado a un doloroso desgarro interior.
La película está bien ambientada en los años 50, mucho tiempo antes del estallido del feminismo, y no sólo por los carteles de El hombre tranquilo (John Ford) y de Cantando bajo la lluvia (S. Donen y G. Kelly), ambas de 1952, que vemos fugazmente en las paredes, sino por los atuendos, hábitos y ambientes del barrio neoyorquino, mostrados con el mismo color brillante del cine USA de ese momento en contraste con los tonos cromáticos más apagados de la brumosa Irlanda.
Curiosamente, lo esencial de Brooklyn es la ilustración y el desarrollo de dos frases tópicas que por aquí han circulado profusamente: “Uno no es de donde nace sino de donde pace” (famoso refrán) y “no se pueden amar a dos mujeres a la vez y no estar loco” (bolero de A. Machín). Pero la primera afirmación, en su radicalidad materialista, olvida el peso de los orígenes: la familia, los amigos y los recuerdos, todo ello reforzado por la nostalgia o por el sentimiento de culpa. En cuando a la segunda, se trata de un juicio moralizante que a veces choca con la compleja realidad de la psique humana: los dos novios de Eilis Lacey son muy diferentes pero ella acaba prefiriendo la probable felicidad a la seguridad económica. Esta es la tesis del film: establecerse allá donde haya mayores oportunidades y mejores condiciones.
Una película con una buena y bella fotografía, experta dirección de actores y narrada con delicada sensibilidad. Todo ello en forma de contenido melodrama, quizás demasiado plano, que evita excesos sensibleros sin renunciar a la fuerza de las emociones. Hay cierta melancolía y detalles de humor que autorizan a sospechar que el fantasma de John Ford no se halla muy lejos. Las escenas románticas quitan aristas a un drama que podría haber sido sangrante: el tener que decidir sobre el futuro personal, una opción que casi siempre va aparejada elecciones difíciles con consecuencias para toda la vida.
Leave a reply
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.