(1) KUNG FU PANDA 3, de Jennifer Yuh y Alessandro Carloni.

UN ENTRAÑABLE PATÁN CONVERTIDO EN HÉROE
La saga Kung Fu Panda es, sin duda, una de las franquicias más queridas y más rentables de DreamWorks que ha sabido despertar el aprecio tanto del público como de la crítica especializada aunando una elaborada técnica animada con una singular personalidad propia inspirada en la cultura oriental, configurando un exótico wuxia con tintes fantásticos protagonizado por simpáticos animales antropomorfizados que huye, afortunadamente, de la candidez del sello más tradicional de Disney.
La tercera entrega de toda serie fílmica corre el riesgo de sumergirse en lo anecdótico, en la mera repetición de fórmulas narrativas previas reproduciendo conflictos y escenarios ya vistos, y por desgracia aprecio ciertos signos de fatiga en la historia que empobrecen la valoración final de esta película. No obstante, Kung Fu Panda 3 abandona la fachada de comedia liviana para adentrarse en territorios más dramáticos, en la que la trama principal se divide en dos: un proceso de aprendizaje marcial y una búsqueda incesante de la identidad y los orígenes del protagonista. Sí, hay mucha acción, pero también hay luchas interiores, traumas que superar y novedosas situaciones familiares que aceptar. Inevitablemente debe vencerse al villano de turno, resabido cliché bien sazonado con entretenidas peleas que recuerdan las espectaculares acrobacias aéreas del anime Dragon Ball, pero la aparición del padre biológico de Po sirve de acicate a superar sus defectos, conocerse a sí mismo y convertirse en un maestro del Kung Fu.
El viaje a la aldea perdida e inaccesible de osos panda multiplica las posibilidades y da brío a las aventuras de este entrañable patán convertido en héroe, presentando nuevos personajes secundarios la mar de jugosos, pero insisto que aquí queda poca chicha que rascar si no hay ninguna idea genial que revitalice la franquicia.
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