(3) TECHO Y COMIDA, de Juan Miguel del Castillo.

CRÓNICA DE LA POBREZA
La cinematografía patria ha demostrado en numerosas ocasiones su empatía por los más desfavorecidos, demostrando que la pretensión artística no está reñida con la denuncia social. Este es, en esencia, uno de los motivos fundamentales por los que esta industria artesanal española se ha granjeado la inquina de ciertos sectores ideológicos (ultra)conservadores que transmiten falsos e injustos prejuicios sobre el cine made in Spain a la sociedad. Una pena, porque películas como Techo y comida —Premio del Público en el pasado Festival de cine de Málaga— refleja fielmente una realidad que existe a pie de calle sin caer en el adoctrinamiento —carece de discurso político, no se señalan culpables, ni se aportan soluciones—, demostrando una indiscutible calidad técnica y artística que aspira a trascender los estrechos márgenes comerciales de un género tan comprometido como incómodo de visualizar.
Recogiendo el testigo de destacables títulos del cine social como Los lunes al sol (2002) o Hermosa juventud (2014), Techo y comida muestra en primera persona un grave caso de exclusión social provocado por la pobreza y el paro. Concretamente, la terrible situación de una joven madre soltera desempleada a punto de ser desalojada de la casa donde vive ella y su hijo preadolescente en régimen de alquiler. Sus grandes virtudes son sus ansias de veracidad y honestidad, pues exhibe con un tono casi documental el calvario cotidiano de unos personajes vivos y tridimensionales, a los que la cámara sigue como testimonio silencioso de un drama que por muy intimista ha afectado y sigue haciéndolo a centenares de miles de personas desde el inicio de esta prolongada crisis económica que padecemos.
El debutante Juan Miguel del Castillo es parco tanto en palabras como en imágenes a la hora de narrar la historia, pues la peliaguda coyuntura que sufre la protagonista no merece más detalle: los hechos son suficientemente dolorosos como para no tener que caer en la redundancia. El progresivo deterior del hogar, el imparable aumento de la deuda del arrendamiento, la amenaza de desahucio, el insomnio ocasionado por las preocupaciones diarias, el hambre al no poder comprar lo básico para comer, la impotencia ante la falta de expectativas… son realidades mostradas con rigor y sin cortapisas morales. Techo y comida elude, por tanto, el sensacionalismo pero no evita retratar personajes y ambientes con unas demoledoras pinceladas sociológicas que no serán bien recibidas por un público acostumbrado a otro tipo de productos audiovisuales más gratificantes.
Mención aparte merece la extraordinaria labor interpretativa de Natalia de Molina, en cuyos gestos faciales y corporales se manifiesta el sufrimiento acumulado y la amarga desesperación de la protagonista ante un panorama muy adverso. Galardonada con la Biznaga de Plata en el Festival de Málaga 2015 y con el Goya en la reciente edición de los Premios de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, De Molina firma su ascensión al estrellato con excelente nota.
Techo y comida es un pequeño pero valioso film, financiado en parte mediante crowfunding, que aborda con honestidad una angustiosa crónica de la pobreza mal que les pese a algunos. Un cine necesario en estos tiempos que corren.
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