(3) LA LEY DEL MERCADO, de Stéphane Brizé.

LA DICTADURA DEL CAPITAL
De las cinco películas que había realizado Stéphane Brizé sólo nos había llegado No estoy hecho para ser amado (2005), un film dominado por un humanismo costumbrista que en La ley del mercado se ha convertido en una crónica socio-política mucho más pesimista, como corresponde a estos tiempos de crisis económica y desempleo en los que el trabajo se ha convertido en un bien tan necesario como escaso.
La película está hecha con un reducido presupuesto y todos los personajes están encarnados por actores no profesionales a excepción del protagonista —Vincent Lindon como Thierry, galardonado en el último festival de Cannes, que se constituye en eje de la narración—, cuya mirada triste y aires de derrotado le sirven para componer a un ejemplar humano muy de nuestros días, alguien que está dispuesto a todo con tal de sobrevivir él y su familia —quizás esté de más la minusvalía de su hijo—. La cinta ha logrado también tres premios Cesar del cine francés: mejor película, mejor dirección y mejor actor.
La ley del mercado se aleja de lo panfletario pero da a entender que la clase obrera ha perdido de momento la batalla y que para ganar la guerra —como profetizó Carlos Marx— hará falta una lucha larga y difícil pues de las reivindicaciones laborales se ha pasado en poco tiempo a la resignación cuando no a la servidumbre y en un mundo especialmente egoísta y estructuralmente violento sólo gana el más fuerte: la gran burguesía y el capital financiero.
Thierry, de 51 años, es víctima del paro por el cierre de una fábrica que es trasladada a Rumanía. La deslocalización de empresas que favorece la globalización permite menores costes y mayores dividendos. Y mientras algunos viejos sindicalistas propugnan seguir peleando, el protagonista decide emprender un nuevo rumbo en solitario para adaptarse a las nuevas circunstancias.
El relato se estructura mediante secuencias de larga duración, con una cámara que escruta minuciosamente cada detalle, más atenta a los problemas individuales que a las grandes cuestiones de la macroeconomía, como la deshumanización del proceso productivo con las nuevas tecnologías que van sustituyendo a la mano de obra. El film fija su atención en el trabajador convertido en víctima de un sistema en el que un empleo es considerado casi como una limosna que los poderosos dan guiados por su generosidad.
Thierry comprueba en persona las dificultades del esfuerzo individual, la inutilidad de los cursos de reciclaje, la nula efectividad de los currículos, la humillación presente en las entrevistas y la baja valoración de una larga experiencia. Pero finalmente logra un puesto como vigilante en un supermercado, responsable de detectar los pequeños hurtos de los compradores y las mínimas irregularidades de los compañeros.
Convertido en un servidor del sistema, en un cuidador del negocio ajeno, en un garante de los beneficios empresariales… la película plantea un gran dilema moral: ¿Cuál es el precio de la supervivencia? ¿Hasta dónde pueden hacerse concesiones?
Tras terminarse las prestaciones por desempleo, recurrir a la venta de algunas pertenencias y a un préstamo bancario, ¿qué puede hacerse para vivir con dignidad? La ley del mercado nos lo plantea mostrando cómo, en pos de un mayor realismo, la ficción toma prestadas formas narrativas propias del documental.
Leave a reply
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.