(3) EL RENACIDO (THE REVENANT), de Alejandro González Iñárritu.

INSTINTO DE SUPERVIVENCIA Y VENGANZA
Da la impresión de que Alejandro González Iñárritu, responsable de la remarcable Birdman (o La Inesperada Virtud de la Ignorancia) (2014), se ha integrado ya completamente en la industria del cine estadounidense pues El renacido (The Revenant) es una gran superproducción, realizada con abundantes medios económicos, que destaca especialmente por el enorme realismo físico y ambiental que proporcionan sus imágenes —rodaje en Canadá y Argentina, empleo casi exclusivo de la luz natural, fidelidad histórica del vestuario y del maquillaje, etc.—, aunque también produce cierto malestar el excesivo alargamiento del relato, que podría haberse sintetizado y reducido sin causar problema alguno.
El cineasta mexicano sigue fiel a sus tomas de larga duración, algunas de carácter onírico, y a una cámara digital muy dinámica, en constante movimiento, que produce una fotografía sombría —la Naturaleza hostil, el hambre, el frío, el dolor de las heridas, la codicia, la violencia, la mugre— que los clásicos tomavistas analógicos, con rollos de celuloide, hubieran resuelto mal con el uso de la “noche americana” obtenida con filtros coloreados.
El renacido (The Revenant) es un film de aventuras épicas antes que un producto de género western perfectamente codificado —forajidos, vaqueros, sheriffs, poblados, etc.— y su modelo habría que buscarlo en Las aventuras de Jeremiah Johnson (Sydney Pollack, 1972) mejor que en las películas ambientadas en el salvaje Oeste anterior a la guerra de Secesión (1861-1865) como Tambores lejanos (Raoul Walsh, 1951) o Río de sangre (Howard Hawks, 1952).
Basado parcialmente en una novela de Michael Punke, el film —que roza a veces lo inverosímil— se inspira en la figura del legendario explorador y cazador Hugh Glass, encarnado por Leonardo DiCaprio, casado con una mujer india y padre de un joven mestizo, que en 1823 fue gravemente herido por un oso y abandonado a su suerte en los remotos y todavía vírgenes territorios de Dakota del Sur, junto al río Missouri. Dos son los núcleos temáticos que conforman el relato: el instinto de supervivencia y la sed de venganza.
Hugh Glass sufre, pues, tantas calamidades que puede considerarse como un verdadero resucitado aunque, aparte del durísimo clima invernal, no se obvian las fechorías del típico “malvado”, en este caso el trampero John Fitzgerald encarnado por Tom Hardy. Su enfrentamiento final, que el guión ha demorado todo lo posible, permite que afloren las virtudes morales del protagonista, que ha evolucionado —de una forma no muy explícita— hasta alcanzar la redención propia de los héroes.
Hay una excelente documentación previa al rodaje, no olvidando la presencia de algunos ”fuertes” del ejército instalados en tierras lejanas para proteger a los cazadores —procedentes del este del país y europeos— y mediar en sus frecuentes disputas con indígenas y franceses, todos ellos unos aventureros que enriquecieron a los comerciantes de pieles, los auténticos pioneros en la colonización de los territorios del salvaje Oeste —en realidad, del centro de Norteamérica— y en su estructuración como estados autónomos que poco a poco fueron integrándose en una gran Unión federal.
Banda sonora musical a cargo, entre otros, del japonés Ryuichi Sakamoto —El último emperador, de Bernardo Bertolucci (1987)—, que evita toda concesión al lirismo para componer bloques sonoros más acordes con la dureza del entorno y el dramatismo de la acción.
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