(2) ¡AVE, CÉSAR!, de Ethan y Joel Coen.

UNA SÁTIRA SOBRE EL HOLLYWOOD CLÁSICO
Nos encontramos ante una película de los hermanos Coen, realizada con un amplio presupuesto, con un reparto lleno de famosos y con una coreografía monumental, que pertenece a lo que llamamos “cine sobre cine” y que me ha decepcionado bastante porque estimo que no se halla a la altura de la habitual brillantez y talento que estos cineastas han demostrado siempre.
¡Ave, César! suele considerarse una sátira del Hollywood de los años 50, aún en la época dorada, aunque fue también la última década de esplendor de los grandes estudios, con los artistas contratados en exclusiva y la invención del cinemascope, pero también el inicio de la decadencia enturbiada por la “caza de brujas” del senador McCarthy, la forzosa venta de las salas de exhibición y, sobre todo, la masiva difusión de la televisión.
Lamentablemente, la película no ahonda lo suficiente en el momento histórico, industrial y tecnológico que atravesaba la “fábrica de sueños”, creadora de un look característico basado en el glamour de las estrellas, los grandiosos decorados, el deslumbrante color, el apogeo de los géneros y un puritanismo adobado con toneladas de almíbar. El film se limita a ofrecernos una mirada irónica, repleta de tópicos y anécdotas, sobre un cine hegemónico pero demasiado ingenuo y convencional. Finalmente todo parece constituir un nostálgico homenaje a los productores y al cine de la época. La reconstrucción del pasado es bastante meritoria —el atrezzo es el auténtico, que permanecía guardado en los almacenes— pero el estilo empleado es más propio de la frivolidad de Mel Brooks que fruto de las rigurosas aportaciones críticas sobre Hollywood, hechas desde diferentes puntos de vista y con diversos tonos e intenciones, de algunos títulos de Jerry Lewis, Billy Wilder, Blake Edwards, Woody Allen o Robert Altman.
El mayor problema de ¡Ave, César! es haber pretendido ser una broma cáustica y haberse quedado en un mero homenaje nostálgico a un tipo de cine del pasado tan popular como convencional, fijando su atención en la vida profesional y privada de la gente del espectáculo con especial atención al supuesto complot comunista de los escritores, mostrado con un pobre sentido del humor. El protagonista y eje de la narración es el personaje de Mannix, encarnado por Josh Brolin, un empleado de los imaginarios Estudios Capitol dedicado a deshacer los entuertos y sacar de apuros al personal contratado, especialmente a los actores y actrices, para no perjudicar los intereses de la productora y sus accionistas.
Hay intención de imitar los mecanismos del rodaje y la iconografía de los films años 50, espectaculares, míticos o apologéticos del american way of life, pero condicionados por una puritana censura y, sobre todo, por la necesidad de convertir los rollos de celuloide en un gran entretenimiento para las masas y en un suculento negocio. Pero se nota que la puesta en escena actual obedece a unos criterios modernos, carentes de la ingenuidad de antaño.
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