(1) PESADILLAS, de Rob Letterman.

TERROR BLANDO PARA ADOLESCENTES
La infancia es la etapa vital que más sortea los convencionalismos a la hora de aplicar la imaginación. Los niños combinan coches en miniatura, clicks de Playmobil y dinosaurios de plástico en un mismo juego, independientemente del tamaño del juguete y del contexto para el que fue creado. Todo vale para dar rienda suelta a la fantasía. Pasan los años, entras en la adolescencia, y te das cuenta de que conviene ordenar las cosas porque un coche a escala 1:43 no puede ser conducido ni transportar a un muñeco de 7,5 cm de alto y que el ser humano no convivió jamás con animales prehistóricos. Pero empiezas a ver armonía en algunas mezcolanzas, como cruzar superhéroes Marvel y DC en una misma historia, o enfrentar maquetas de aviones con los famosos barcos de TENTE. En el mundo editorial, el crossover es una estrategia comercial de lo más habitual, pues satisface los deseos de ver a los personajes favoritos interactuar en un mismo entorno.
En los años 80, época álgida del cine juvenil, a alguien se le ocurrió juntar a todos los monstruos clásicos en una misma película: Una pandilla alucinante (1987) es, para la generación que bordea los 40 de edad, una referencia ineludible del género. Mezclaba terror y humor a partes iguales desmitificando estos seres mitológicos en un entretenido relato de aventuras carente de la sangre y las vísceras de hoy en día. La misma fórmula que calca actualmente la saga animada Hotel Transilvania de Columbia Pictures y Sony Pictures.
A principios de los años 90, el escritor estadounidense Robert Lawrence Stine comenzó una exitosa serie de libros juveniles de terror cuya colección ha alcanzado ya los 60 títulos. Pesadillas es un recopilatorio de los más populares, bajo el formato de una divertida aventura protagonizada por adolescentes que se enfrentan a una variada galería de monstruos para salvar su ciudad. Pretende imitar retazos del argumento de Gremlins (1984), Jumanji (1995) y Super 8 (2011), pero lo compensa recuperando el espíritu efervescente y vigoroso de la productora Amblin Entertainment, con todos sus conmovedores guiños cinéfilos no exentos de poso dramático: huérfano que se muda con su familia a un pueblo, problemas de adaptación y de integración en la nueva comunidad, preámbulo de romance quinceañero, toques de misterio y magia, un acto de rebeldía frente a la autoridad paterna, marginado que actúa como un héroe… todo cuadra en el esquema típico del mencionado cine de los ochenta.
Pesadilla depende demasiado del efectismo digital, que da vida a numerosos bichos y engendros malignos, pero se agradece su matiz autoparódico y su dimensión metaficcional. Sus equilibradas dosis de humor y terror se mantienen a lo largo del metraje, a pesar de la sobreactuación de Jack Black encarnando al propio Stine y de una última parte de la narración donde surgen a borbotones los previsibles tópicos y lugares comunes. Para pasar el rato.
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