(1) CREED. LA LEYENDA DE ROCKY, de Ryan Coogler.

Y LA SAGA CONTINÚA
En la historia del cine, especialmente en el estadounidense, hay un interesante capítulo dedicado al mundo del boxeo: Cuerpo y alma (1947), El ídolo de barro (1949), Más dura será la caída (1956), Young Sánchez (1963), Fat City (1972), Toro salvaje (1980)… La particularidad de estas películas no reside tanto en su dimensión deportiva como en los aspectos psicológicos y socio-económicos —la crónica de una determinada época— que enriquecen sus discursos respectivos: la modesta procedencia de los púgiles, la búsqueda de gloria y riqueza, la corrupción en el mundo de las apuestas, los chanchullos de las mafias, la decadencia y olvido al final de los boxeadores…
En Creed. La leyenda de Rocky no hay que buscar mensajes o denuncias trascendentes porque se trata de un sólido producto industrial que lo único que persigue es continuar el éxito de la dilatada saga Rocky, extendiendo la historia con la invención de un joven sucesor, ahora que Sylvester Stallone —que ejerce aquí como actor, guionista y productor— ha entrado ya en años y, curiosamente, ha mekjorado mucho en su oficio de intérprete.
En este segundo largometraje de Ryan Coogler, surgido de la escuela de guionista del Festival de Sundance, se aprecia la buena labor de los asesores y especialistas —gimnasios, entrenamientos, combates, vestuario, locales, lesiones, etc.— y una corrección narrativa preocupada también por la autenticidad mediante planos de larga duración, sin el socorrido recurso al montaje, y atrevidos movimientos de cámara.
El protagonista, el afro-americano Adonis Johnson, es hijo extra-matrimonial de Apollo Creed, campeón mundial de los pesos pesados que en la saga ya se había enfrentado y confraternizado con Rcky Balboa, que aquí asume el papel de entrenador suyo. La vocación, el sacrificio, el amor por una cantante, el sueño del triunfo y el logro de la popularidad son aspectos cotidianos en un film que, sospechosamente, elude toda referencia al boxeo como negocio.
Los Ángeles, Liverpool y sobretodo Filadelfia —con la subida a la escalera del Museo de las Artes, frente a la estatua de bronce de Rocky— son los lugares donde se produce la identificación de los espectadores con los personajes principales, convertidos en mitos.
Hay, sin embargo, una perceptible intención de humanizar todo este duro mundo deportivo mediante los sentimientos, la enfermedad, la retirada profesional, la familia, etc. apuntando que, en la trastienda del cuadrilátero, lo que predomina es la nobleza y la caballerosidad de los púgiles. Pero he de confesar mi parcialidad de criterio como consecuencia de mi nula afición por este deporte-espectáculo, pues considero el boxeo como una sangrienta exhibición de violencia, casi una carnicería, donde el éxito estriba en machacar físicamente al adversario.
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