(0) ZOOLANDER Nº 2, de Ben Stiller.

BURDA PARODIA SOBRE LA MODA
Cuando escribí, ¡hace ya 15 años!, mi crítica de Zoolander (2001), film que castigué con un (0) porque me pareció una payasada de mal gusto impropia del realizador de Reality bites / Bocados de realidad (1994), nada me indujo a prever su éxito de taquilla y que con los años se convertiría en un título de culto hasta el punto de provocar una inevitable pero tardía secuela que repitiera exactamente la misma fórmula, por otra parte típica de la comedia desmadrada USA: una acumulación de burdos gags basados en muecas, gestos y chistes escatológicos-sexuales.
La idea inicial era, no obstante, interesante: la parodia del mundo de la moda. Un universo caracterizado por su hiperbólica superficialidad y su aparente sofisticación, habitado por una exótica fauna formada por diseñadores, artistas y modelos… personajes encumbrados por los medios de comunicación que no eran sino producto de una sublimación de nuestros anhelos de fama y riqueza. Comprendo la gracia que provocó desmitificar a esos famosos del papel cuché caricaturizándolos hasta decir basta de la mano de dos actores encasillados en labores cómicas como Ben Stiller y Owen Wilson. Pareja que, por otra parte, perpetúa y adapta a los nuevos tiempos el clásico duelo dialéctico y corporal de la típica pareja fílmica institucionalizada por Laurel & Hardy en la época muda.
Zoolander Nº 2 es un mero calco de la primera entrega que pretende, en mi opinión sin conseguirlo, hacernos pasar un buen rato con más dosis de lo mismo. Los dos top models masculinos más bobalicones vuelven a las pasarelas tras un período de retiro voluntario para reivindicar el valor de lo retro apelando a la nostalgia. Numerosos cameos —Justin Bieber se burla de sí mismo en un prólogo que imita las películas de espías—, nuevas presencias —Benedict Cumberbatch está irreconocible en su papel de nuevo icono andrógino de la moda— y varios guiños cinéfilos aportan algo de chicha a una historia desnutrida que avanza a golpes de ocurrencias.
Pasatiempo frívolo y liviano, el film está exclusivamente dirigido para públicos poco exigentes, que se conforman con un espectáculo circense sin más trascendencia que pasar un rato entretenido en una sala cinematográfica.
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